- Todo el ruido mediático generado en los días previos por la celebración del centenario había dejado en un segundo plano un hecho incuestionable que ya nadie puede ocultar: el Deportivo Alavés es un equipo enfermo y frágil que emite unas sensaciones cada vez más inquietantes. La amenaza del descenso a Segunda División es cada vez más real viendo el famélico estado de los babazorros.

Pese a la evidente diferencia presupuestaria o que compite por objetivos más ambiciosos, nadie esperaba que el Real Madrid se llevase los tres puntos de Mendizorroza con tanta facilidad. En una jornada emotiva que conmemoraba sus cien años de vida, el Alavés encadenó su cuarta derrota liguera consecutiva y hoy podría caer a puestos de descenso si Osasuna o Elche suman los tres puntos ante el Granada y el Barcelona, respectivamente.

Josean Querejeta ya ha gastado el cartucho del entrenador, pero visto lo visto está meridianamente claro que los males iban mucho más allá de la gestión de Pablo Machín y tienen que ver con la controvertida materia prima sobre el césped. Se necesita savia fresca para rescatar al grupo del pozo. Si no, el Alavés corre el riesgo de terminar viviendo una campaña tormentosa. La demostración de impotencia alcanzó por momentos unos tintes sonrojantes frente a las renacidas estrellas blancas.

La ternura de Lejeune en el marcaje a Casemiro en el primer gol del vigente campeón fue el preludio de una noche de pesadilla. El Real Madrid, que aterrizó en Vitoria en medio de una grave crisis tras la eliminación copera ante el Alcoyano, encontró en los muchos despropósitos locales el oxígeno necesario para aplacar la ira del entorno y ganar unos días de tranquilidad.

La velada tenía una carga de emotividad evidente para el Alavés, pero la respuesta vitoriana resultó a todas luces decepcionante. Fueron tres goles en contra en una primera mitad donde el brío apenas duró los diez minutos iniciales, aunque en realidad pudieron ser más si el Real Madrid hubiese dispuesto de delanteros incisivos dispuestos a hurgar en la herida.

Los leves atisbos de mejoría apreciados ante el Sevilla quedaron difuminado por completo en una jornada que debía ser muy especial. La superioridad técnica de los jugadores merengues, comandados por un excelso Modric, careció de antídotos. El Alavés no fue ni carne ni pescado para desesperación de Abelardo, cuya mano aún no se nota. Ni adelantó líneas para presionar desde arriba la salida de balón de los defensas blancos ni opuso las imprescindibles dosis de rigor y disciplina táctica cuando debió recular hacia atrás y un forastero mucho más talentoso le embotelló en su propia área.

Prácticamente no olió el balón en ningún momento mientras asistía impertérrito a las jugadas de tiralíneas de un Real Madrid que se gustó y alimentó su autoestima con un festín de goles y ocasiones. La calidad de los pasadores visitantes en la sala de máquinas desnudó las carencias de un Alavés sin contundencia atrás ni precisión a la hora de hilvanar algo de peligro. El único gol, obra de Joselu con un testarazo, llegó en otra jugada a balón parado tras un medido servicio de Lucas Pérez a la hora de partido.

Acaso la única noticia positiva fue la reaparición del gallego, de baja desde el 3 de enero. De sus botas surgieron las mejores acciones ofensivas en la segunda mitad. La ilusión generada por el gol de Joselu fue efímero porque otra puñalada con la firma de Benzema envió definitivamente al Alavés a la lona.