- El Deportivo Alavés oficializó ayer la llegada de Pablo Machín para ocupar su banquillo la próxima temporada, lo que supone un golpe de timón respecto a sus apuestas anteriores al ponerse ahora en las manos de un entrenador que de forma inopinada por sus orígenes ha sido capaz de forjarse un estilo propio reconocible allá donde vaya. El del técnico soriano es un fútbol de autor que comenzó a interiorizar en su exigua carrera como futbolista profesional -cortada de cuajo a los 23 años por una grave lesión de rodilla- con techo en el Numancia de Miguel Ángel Lotina del que aprendió el concepto de los tres centrales que hoy, adaptado a un estilo más ofensivo -suele decir que es valiente, pero no un suicida-, es su máxima. Ya cuando le daba patadas al balón avasallaba a sus entrenadores preguntándoles por qué se hacían las cosas y se sacó el título a los dieciocho años, durante la prestación social a la que le condujo ser objetor de conciencia para no realizar el servicio militar. Se graduó en Magisterio de Educación Física para ser maestro -ejerció durante poco tiempo- porque creía que no iba a tener futuro más allá en el mundo del balompié, pero, desde el colegio Calasanz, fue ascendiendo en el organigrama del Numancia hasta acceder a su banquillo. La consagración, eso sí, le llegó en un Girona al que condujo a Primera División ya con un estilo muy definido -tres centrales, dos carrileros, juego muy vertical y veloz y un dominio del juego a balón parado excepcional- y de Montilivi dio el salto al Sevilla, donde le quedó el sabor amargo de no haber podido completar su proyecto, y esta pasada campaña ejerció de bombero de emergencias en un Espanyol que se hundía irremisiblemente y que tampoco tuvo paciencia con sus métodos. Ahora llega a Mendizorroza con su particular estilo, una manera de entender el fútbol muy personal que ha ido perfeccionando con los años -en buena parte, se considera autodidacta- hasta el punto culminante que alcanzó en Girona y que requiere de paciencia para que todos asimilen su particular fútbol de autor.

Que Machín haya llegado a forjarse un nombre importante en el mundo del balompié tiene mucho que ver con el instinto de superación. Nacido en la localidad soriana de Gómara en 1975 -por aquel entonces, de poco más de medio millar de habitantes-, procede de una familia de agricultores que no tenía vinculación alguna con el deporte. Y en el campo, junto a su padre, aprendió lo que es trabajar duro y tener que sudar para ganarse la vida. Una pista polideportiva de cemento pulido era todo lo que había en su pueblo y en ella el pequeño Pablo empezó a demostrar que destacaba. Las primeras patadas al balón, que se hicieron más habituales cuando su familia se trasladó a vivir a Soria capital. Primero en el colegio; luego, una prueba con el Numancia, donde ya se quedó desde los catorce años. El paso de Pablito a Machín.

Llegó hasta el primer equipo como chico para todo en la parcela defensiva. Central, pivote, lateral... Aplicado, trabajador y curioso, siempre buscando una razón a las decisiones de sus entrenadores. Hasta que una lesión de ligamentos en la rodilla izquierda acabó con su carrera, pero sus pasos estaban encaminados ya hacia los banquillos. Fútbol de formación, entrenador de porteros, ayudante... Una fase de aprendizaje tremenda, pues incluso le sirvió para descubrir la Primera División tras el ascenso soriano en 2008. Arconada, Kresic, Pacheta, Unzué... De todos fue bebiendo, como hizo en el primer momento con Lotina; pero todo lo fue adaptando a su idea.

Del preparador de Meñaka aprendió el concepto de los tres centrales, pero Machín lo ha ido evolucionando. Personalmente, le gusta decir su dibujo es 3-5-2, pero depende de dónde se acaben situando los carrileros, unas piezas que usa como si fueran las torres del ajedrez para atacar a sus rivales. Los primeros pasos en ese camino los dio en el Numancia por la necesidad de cambiar la trayectoria errática del equipo cuando asumió el banquillo; el perfeccionamiento llegó en Girona.

De un destino a otro tuvo que pasar casi ocho meses alejado de los banquillos. Decidió no seguir en el equipo de su vida tras dos años exitosos, pero las llamadas no llegaba. Ver fútbol, aprender y esperar esa oportunidad que le acabó dando un club que se encontraba en una situación límite tanto en lo deportivo como en lo económico. Tras dos derrotas, a la tercera llegó la victoria. Y la celebró viendo Ocho apellidos vascos en una sala de cine completamente vacía. Salvó al equipo en la campaña 2013-14 y decidió quedarse. Una inconsciencia teniendo en cuenta que apenas había dinero al estar el club en ley concursal. Un pequeño sueldo para ir tirando, el alojamiento y poco más. Lo que hizo aquel equipo, sin dinero casi no para pagar las modestas nóminas, fue una heroicidad sin premio. Perdió el ascenso en el último minuto de la última jornada y no fue capaz de sobreponerse en el play off, al que regresaría la temporada siguiente -ya con una situación económica mucho mejor- hasta que en la campaña 2016-17 logró el ascenso directo. Y, en Primera, consiguió mantener al equipo y situarlo décimo. Los hombres por encima de los nombres; juega el que rinde. Por eso, no le tembló el pulso para mantener inamovibles a Granell y Pons, llegados de equipos modestos del fútbol catalán, en detrimento de alguna de las jóvenes perlas que llegaban procedentes del Manchester City.

El nombre del joven Machín -desde los 35 años al frente de un banquillo- y su 3-5-2 tan difícil de contrarrestar estaban ya en boca de todos. Fue el Sevilla quien eligió al soriano. Una extraña apuesta de Joaquín Caparrós, pues el de Utrera tenía más ganas de entrenar que de estar en los despachos haciendo la plantilla. Y, a la hora de fichar, el equipo no se cerró acorde a las necesidades del técnico. De haber creado un ecosistema en Montilivi con jugadores a su gusto, a tener que adaptar perfiles -el redescubrimiento de Jesús Navas es un claro ejemplo- a un estilo prácticamente inamovible y en el que la única variante es contar con dos delanteros (3-5-2) o dos pivotes (3-4-3).

Con algún reajuste, los inicios fueron esperanzadores. A sus jugadores les pasaba vídeos del Girona en el que podían fijarse en los automatismos de los futbolistas que utilizaban en su misma posición. Tecnología prácticamente al instante, pues tras cada partido sus pupilos recibían sus acciones analizadas y también un adelanto de lo que tenían que preparar de cara al siguiente encuentro. Tres jornadas como líder de Primera, un fútbol vistoso y muchos parabienes al tiempo que reclamaba refuerzos para mejorar al equipo condujeron, tras caer en octavos de final de la Liga Europa, a la primera destitución de su carrera. Que Caparrós bajase al campo no fue ninguna casualidad.

El pasado verano se quedó sin banquillo, de nuevo viendo fútbol y disfrutando de la familia. Ejerciendo de padre, le gusta decir. Hasta que el Espanyol reclamó sus servicios. Pero con unas urgencias inusitadas, más aún para un técnico que apenas tuvo tiempo para desarrollar una idea que requiere de muchos entrenamientos para funcionar; tampoco para disfrutar de los fichajes que tuvo Abelardo en enero.

En Vitoria comienza una nueva etapa para un técnico con marcado sello propio que pretende de nuevo sorprender al mundo del fútbol con su estilo inconfundible.