- Con el objetivo de la permanencia en Primera División por quinta temporada consecutiva y decimosexta en la historia del club, lo que además permitirá festejar el centenario con los mejores, y aunque todavía falta un partido por jugarse mañana, en el seno del Deportivo Alavés ha arrancado ya la etapa de análisis, balance, crítica y reflexión de una de las temporadas más peculiares que se recuerdan y que ha conducido a una salvación completamente extraña. No cabe duda de que hay que celebrar que se haya conseguido mantener de nuevo la categoría, que era la meta impuesta cuando allá por el mes de agosto arrancó el curso, pero la necesidad de aplicar el bisturí a fondo se hace en esta ocasión mucho más relevante que en cursos precedentes para analizar lo que ha fallado dentro del club y del equipo -las responsabilidades tienen que ser compartidas, obligatoriamente- para que el objetivo se haya amarrado con tanta agonía cuando hace no tanto tiempo parecía un objetivo muy accesible. Un desenlace feliz, pero que no deja en el paladar el buen regusto de otras ocasiones y que toca analizar con firmeza para que la toma de decisiones, que en esta ocasión tiene que ser mucho más rápida, sea la adecuada.

Todos los análisis de la temporada quedan irremediablemente mediatizados por la pandemia del coronavirusque obligó a frenar la competición durante tres meses desde mediados de marzo a mediados de junio. En lo meramente deportivo, se cortó el ritmo de un equipo que hasta el parón había firmado unos registros que le auguraban una salvación sin apuro alguno y que, incluso, con un buen final de curso le convertían en aspirante a la zona media con absoluta tranquilidad. En marzo nadie dudaba de que el Alavés iba a seguir en Primera División, pero hasta hace unas pocas horas la sensación generalizada es que se iba a acabar cayendo al pozo de cabeza.

Desde el retorno de la competición, diez partidos a la espera del que aún queda por disputarse mañana, los números del cuadro vitoriano son de descenso. Y si no se ha metido en mayores problemas es debido a que manejaba un margen amplio y a que tampoco el ritmo de sus perseguidores ha sido abrumador. Apabullado ante rivales directos, incapaz de competir tras recibir el primer golpe, con la sensación de que el equipo se encontraba al límite físicamente y en medio de un ambiente enrarecido tanto dentro como fuera. Un cóctel explosivo de mucho riesgo.

Sobre el campo se han visto las consecuencias de todo el maremoto interno que fue el club durante el parón a cuenta de la durísima negociación para la reducción de los salarios de la plantilla. Posturas encontradas e inamovibles en un primer momento, reproches mutuos, dedos acusadores, un expediente de regulación de empleo y un acuerdo in extremis justo el día antes del regreso a los entrenamientos en Ibaia que no supuso la sutura necesaria a las muchas heridas que se habían abierto por tensar la cuerda económica hasta límites muy peligrosos. El ambiente se enrareció por completo y la tensión se fue incrementando cuando las derrotas se fueron amontonando. Tanto por los malos resultados como por la imagen de un equipo -con jugadores sospechosamente desaparecidos- que por momentos dio la sensación de haber claudicado. Una crisis que se llevó por delante a un Asier Garitano al que el control se le había ido ya de las manos y que se vio superado por los acontecimientos y que con Juan Ramón López Muñiz se ha enderezado lo justo para alcanzar el objetivo sin necesidad de plegarias.

Aunque en circunstancias normales todo hace indicar que el Alavés no hubiera sufrido nada para seguir en Primera, lo cierto es que ya antes del parón su temporada estaba siendo intermitente. Un arranque prometedor, una debacle de una semana que ya casi se lleva por delante a Garitano a las primeras de cambio, un buen rendimiento estable en Mendizorroza y una labor como visitante desastrosa dieron de sí para acumular 32 puntos. Con más problemas defensivos de los esperados y el único sostén ofensivo de la pareja formada por Joselu y Lucas Pérez y las acciones de estrategia -con el partido contra el Barcelona por disputarse, los alavesistas son tanto el cuarto peor equipo en goles marcados (34) como en tantos recibidos (54)-, pero al Glorioso le daba de sobra para salvarse sin sufrimiento alguno. Y, entonces, la competición se detuvo.

Hasta el regreso del parón, tras el que el equipo ha dejado la sensación de estar muy limitado físicamente, la defensa ha hecho aguas por todos los flancos hasta la llegada de López Muñiz y el ataque ha tenido un rendimiento incluso menor que el que venía ofreciendo con anterioridad. La victoria en el derbi contra la Real Sociedad parecía dejarlo todo hecho y a falta de un solo triunfo más, pero el cuadro albiazul fue un auténtico desastre en todo el periplo que condujo a la destitución de Garitano, ya con todas las alarmas encendidas. Los cuatro puntos en los dos últimos partidos ante Getafe y Betis, con una imagen mucho más reconocible, han evitado la debacle absoluta.

Con la permanencia asegurada y la continuidad en Primera, es el momento de analizar todo lo que ha ocurrido en el club a lo largo del último año. Ya la pretemporada fue muy problemática para el trabajo del equipo con un exceso de jugadores en la plantilla con los que no se contaba y a los que fue muy difícil, o directamente imposible en algunos casos, dar salida. El error en este sentido viene siendo recurrente -y se va a volver a presentar de nuevo en el regreso al trabajo dentro de unas semanas-, pero entonces se magnificó y dificultó mucho la preparación.

Muchas piezas de relleno, pero la constatación desde muy pronto de que faltaban elementos de calidad y capaces de generar desequilibrios por sí mismos en el ataque, el apartado en el que el equipo ha sido más flojo. El acierto en las incorporaciones de Lucas Pérez y Joselu es innegable, pero en otras contrataciones la dirección deportiva ha naufragado seriamente, como evidencian las graves carencias en los extremos o las limitaciones creativas en el centro del campo que tampoco se resolvieron después en el mercado invernal. Curiosamente, el más decisivo de los fichajes de enero ha acabado siendo un guardameta llamado a ni siquiera jugar como Roberto, aunque Víctor Camarasa ha acabado siendo una pieza importante.

No todo se puede achacar directamente al trabajo desde los despachos. Muchos jugadores han estado muy lejos de su nivel habitual y ahí entra la responsabilidad personal de cada uno y también el trabajo del cuerpo técnico, que no ha sido capaz de hacer mejores a la mayoría de los futbolistas. Muchos fichajes no han funcionado como se esperaba, pero varios históricos de rendimiento contrastado han ofrecido también su peor año desde que están en Vitoria. Todo ello afeado encima por la imagen del tramo final, que por momentos fue lamentable y dejaba traslucir problemas internos mucho más allá de los deportivos.

La toma de decisiones tiene que se este año mucho más rápida que en temporadas precedentes porque a previsión es que el equipo regrese al trabajo en apenas un mes para arrancar la pretemporada de una campaña que arrancará, casi con total probabilidad, el 12 de septiembre. Comenzando por el enésimo cambio en el banquillo -parece inviable que López Muñiz comande un nuevo proyecto- y siguiendo por el adelgazamiento de una plantilla a la que le sobran muchos jugadores y la contratación de elementos fundamentales en un mercado que se presenta especialmente complejo.

La falta de calidad en el ataque, más allá de los goles de Lucas y Joselu, ha sido alarmante y la capacidad de generar ventajas, casi nula

De cara al nuevo proyecto, es inviable trabajar de nuevo con una plantilla con exceso de futbolistas y todo señala a otro cambio en el banquillo

Hasta el parón, el Alavés fue un equipo fuerte en casa y flojo a domicilio, pero desde entonces apenas le ha dado para resultar competitivo

Toda la negociación para la bajada de sueldos de la plantilla y el ERTE hizo un gran daño a nivel interno y ha pesado en el rendimiento