La última vez que el Deportivo Alavés encajó seis goles en un partido de Primera División, acababa de clasificarse para la primera final de la Copa del Rey de su historia y el por entonces entrenador, Mauricio Pellegrino, había decidido dar descanso a la mayoría de sus titulares. Por si fuera poco, el rival era el Barcelona de los Leo Messi, Neymar y Luis Suárez. Y no por el 0-6, Mendizorroza dejó de ser una fiesta en ningún momento.

La sensación de entonces, con el mismo doloroso marcador final, es completamente contrapuesta a la que ayer se vivió en Balaídos, donde el cuadro albiazul hizo acto de comparecencia solo físicamente en la mayoría de los casos. Nada más sufrir el primer golpe en contra, el gol de Murillo a los trece minutos, los brazos de casi todos los albiazules -de nuevo se produjo alguna excepción honrosa, con Roberto Jiménez de nuevo como máxima expresión de pundonor- cayeron pesadamente al costado de sus cuerpos para no elevarse más.

Mentalmente, el equipo estaba ya en otro sitio. Muy lejos de Vigo, donde el Celta se regodeaba campando a sus anchas al verse en una situación impredecible de antemano. Un conjunto peleado con el gol, con solo veintidós dianas a su favor en toda la campaña y seriamente amenazado por el descenso, se metió en los pulmones un chute de oxígeno y confianza con seis tantos y un duelo resuelto con inusitada facilidad. De nuevo, la versión visitante del Glorioso que irradia una fragilidad extrema y que se difumina en cuanto el guión se pone en contra. Aunque en otras ocasiones el resultado no haya sido tan abultado, no se trata de ninguna novedad.

Porque el Alavés de ayer, dejando al margen los seis goles encajados que pudieron ser una docena de no ser por Roberto, no deja de ser la misma versión que se ha visto a lo largo de la temporada en la mayoría de los desplazamientos, en los que se acumulan varios desastres de magnitud reseñable por mucho que varios de ellos quedasen maquillados con marcadores más ajustados.

El serial último es demoledor en este sentido, con derrotas claras en los campos de dos equipos en descenso como Mallorca y Espanyol, la de ayer ante un Celta que justo estaba por encima de la línea roja y el triste empate cosechado en Leganés. Los nueve puntos a domicilio de los vitorianos solo los empeora en cuadro balear, con cinco. Y, visto lo visto, casi dan más miedo las visitas a Valladolid o Betis, por debajo en la clasificación, que las que quedan a Madrid para enfrentarse a Atlético y Real. Lo único bueno es que la permanencia está ya en las manos de los albiazules. Pese a todo.

Y es que, la de ayer fue una nueva muestra de un equipo que se desmorona en cuanto la brisa sopla en contra. El gol de Murillo a los 13 minutos dio paso al hundimiento tras un arranque aceptable. Y ahí se fueron sumando las calamidades en un cuarto de hora desastroso, en el que se incluyen un nuevo penalti por mano que condujo al 2-0 de Aspas y otra expulsión más, en este caso de Martin. Ahí ya se había acabado realmente un partido, pero todo lo que vino a continuación no hizo sino sumar en el escarnio. Lo que no consiguió un Espanyol que decidió hace apenas una semana levantar el pie del acelerador, lo logró el Celta a pesar de ir a medio gas durante toda la segunda parte. Y el Alavés, con la excusa de sus propios problemas, ofreció una imagen lamentable que no se puede permitir.