- Hace ya unas cuantas décadas que el estadio de Mendizorroza perdió su mítica tribuna General. El reducto desde el que los aficionados más irredentos trasladaban su apoyo al Glorioso aún cuando el club atravesaba por algunos de sus momentos más oscuros. La situación actual de la entidad, a punto de celebrar su primer centenario, es desde luego bien diferente pero las circunstancias provocaron que una General virtual reapareciese en la tarde de ayer. Y es que con las gradas del coliseo del Paseo de Cervantes clausuradas como medida de protección ante el coronavirus, la hinchada albiazul trasladó su asiento habitual a las sillas de los bares y, desde la distancia de la retransmisión televisiva, volvió a ser -como siempre- el valiosísimo jugador número doce del cuadro vitoriano.

Lo atípico de la situación motivó que cuando a las siete y media de la tarde la pelota comenzó a rodar muchos establecimientos estuviesen todavía a medio gas. Y es que a los seguidores del Glorioso les costó un poco entrar en calor. Así ocurrió por ejemplo en el bar Galvilu de Borinbizkarra. Sede oficiosa de la peña Lagun Artean, poco más de una decena de sus integrantes fueron testigos del arranque de la contienda ante la Real.

Sin embargo, poco a poco los fieles fueron acudiendo a su cita con el derbi y el local recuperó el ambiente propio de estas ocasiones. "No creas que estaba muy motivado a venir. Sin poder ir a Mendi... esto no es fútbol", confesaba uno de los que se incorporó al grupo mediado ya el primer periodo. La escena que normalmente se repite cada vez que el Deportivo Alavés actúa como visitante vivió ayer su primera versión con el cuadro gasteiztarra ejerciendo de local. Una novedad que todos los presentes apuestan por que no tenga que repetirse más allá del obligado destierro del presente curso.

Con el paso de los minutos y los cada vez más frecuentes acercamientos albiazules a las inmediaciones de Remiro la emoción fue subiendo varios grados y la decepción por no poder empujar al plantel de Garitano desde el Paseo de Cervantes fue dando paso a la tensión propia de un duelo con tres puntos muy valiosos en liza.

Entre la nutrida grada del Galvilu no faltaban las camisetas en homenaje a los sanitarios de la OSI Araba que lució ayer el equipo ni los imprescindibles accesorios de estos tiempos revueltos -las mascarillas- tuneadas Escena que se repitió en otros muchos locales de la ciudad como el Silver, el Indartsu o el Picasso en la zona de la Avenida.

En este último Iraitz Gil, de siete años, trasladaba a su madre Naiara, trabajadora sanitaria, el reconocimiento por su esfuerzo. "Mira amatxo, se han puesto vuestra camiseta por lo bien que lo habéis hecho", le gritaba ante la sonrisa de su hermana Maialen y sus amigos Jon y June. Volviendo al Galvilu, Diego y algún otro parroquiano estuvieron a punto de sufrir un pequeño percance cuando, en el minuto 56, Borja Sainz empujó el balón al fondo de la red de Remiro. Exiliados a la calle para poder mitigar los nervios con un cigarro, la visión del gol les llevó a regresar a la carrera al interior del local para celebrar el inicio del camino hacia la victoria. ExiliadosUn esprint que cortó en seco la decisión del colegiado de anular la jugada. Con la entrada en acción del VAR, el suspense se convirtió en el dueño de la situación. Hasta que el gesto del colegiado señalando el centro del terreno de juego liberó toda la tensión acumulada como la espita abierta de una olla a presión.

"Que tengan cuidado y no se abracen para celebrarlo, que igual les sacan tarjeta", se preocupaba June. Buena recomendación sin duda pero misión imposible en el Galvilu, donde los integrantes de la peña Lagun Artean más todos los demás seguidores que se habían ido incorporando disfrutaron durante unos segundos eternos del éxtasis del gol como si el covid-19 no lo hubiese cambiado todo.

A partir de ahí solo restaba ya tratar de acelerar al máximo el cronómetro y evitar nervios innecesarios. Una calma solo alterada por el disparo al palo de Lucas Pérez y la expulsión de Tomás Pina. "Tenía que haberlo cambiado en cuanto ha echado a Zaldua", clamaba Txarly. Pero poco después apareció Martín para redondear la fiesta de la cantera de Ibaia y hasta ese pequeño lapsus de Garitano quedó perdonado.

La desconocida situación provocó sentimientos encontrados, pero la alegría por la victoria terminó compensando el destierro