- El Deportivo Alavés y el resto de los clubes que componen la Primera División encaran ya la cuenta atrás para regresar a la competición después del obligado parón provocado por el coronavirus. El martes 10 de marzo rodó el balón por última vez, ya a puerta cerrada, en el derbi entre el Eibar y la Real Sociedad en Ipurua. Apenas unas horas después, quedaba aplazada la vigésima octava jornada que iba a arrancar el viernes 13. Tres meses y un día ha sido la particular condena para el fútbol estatal, que se reiniciará este jueves 11 de junio con el duelo entre los vecinos sevillanos. Semanas de dudas, de negociaciones, de protocolos, de seguridad y de mascarillas. Bajo el mandado plenipotenciario de Javier Tebas, LaLiga arranca de nuevo para finiquitar por la vía más rápida posible la temporada 2019-20 y evitar así que el desastre económico sea aún peor de lo que ya se avecina. Y es que la insistencia de retomar la competición contra viento y marea tiene más de relación con el apartado económico que con el deportivo, amén de que dejar un curso sin cerrar hubiese provocado graves problemas jurídicos. La particular manera de guerrear del presidente de la patronal es, en gran parte, la responsable de un retorno que vendrá cargado de novedades. No en vano, la temporada que será recordada como siempre como la del coronavirus llevará asociada también drásticos cambios en lo que venía siendo la esencia del fútbol.

Aunque en Vitoria será eternamente una figura vilipendiada por su asociación con Dmitry Piterman, lo cierto es que ha sido Tebas quien, con su empeño y trabajo, ha conseguido que los clubes no vayan a sumirse en un agujero económico de magnitudes insospechadas. El hombre que salvó a muchos clubes de la ruina como asesor mediante los concursos de acreedores y el que ha conseguido expulsar las deudas del fútbol estatal verá el jueves culminado un proceso de tres meses de una labor con mucha mezcla de bambalinas y micrófonos.

Desde el primer momento, el presidente de LaLiga defendió a capa y espada donde fuese necesario la necesidad de terminar las temporadas y sus propuestas fueron claves para que desde la UEFA se pusiese en marcha el mecanismo para cambiar el desarrollo del curso. El desplazamiento de la Eurocopa a 2021 y la decisión de terminar las competiciones continentales en agosto despejaron el camino para que el torneo nacional concluyese entre junio y julio.

Pero por el camino ha habido que limar muchas asperezas y recurrir también a la cartera. El conocido ya como Pacto de Viana -una reunión con el Consejo Superior de Deportes (Irene Lozano) y la Federación Española de Fútbol de su antagonista, Luis Rubiales, a mediados de abril- sirvió para engrasar con euros un retorno que hasta ese momento se antojaba complicado. El dinero de LaLiga propició su regreso, acallando las voces en contra. El Gobierno fue facilitando el retorno de los equipos a los entrenamientos -y también a la competición oficial- y la guerra entre Federación y Liga quedó suspendida. Las quejas de los jugadores, a través de la Asociación de Futbolistas Españoles, también han quedado silenciadas al ir adaptando un severo protocolo a las exigencias de cada momento.

La nueva normalidad del fútbol viene marcada por las medidas de seguridad y la higiene. Mascarillas, guantes, hidrogeles, distanciamiento... Los entrenamientos del último mes, supervisados directamente por LaLiga, han estado marcados por un control exhaustivo que comenzó con las pruebas médicas para detectar el rastro del coronavirus y tratar de evitar nuevos contagios. La pandemia afectó a unos cuantos vestuarios, entre ellos el del propio Alavés, y por eso se estableció una normativa muy exhaustiva en cuanto a salud e higiene para tratar de evitar la aparición de nuevos casos, que podrían poner en serio riesgo la resolución del curso. Entrenamientos individuales, pequeños grupos y, finalmente, la pasada semana los equipos al completo, con los balones desinfectados como protagonistas. Superando las quejas que aparecían a cada momento -por ejemplo, las concentraciones que tanto molestaban a los jugadores parecen definitivamente suprimidas- y tratando de convencer con hechos a los más escépticos.

Esas medidas en torno a los equipos se mantendrán en lo que queda de temporada -viajes en el mismo día del partido preferiblemente en chárter y con distancias entre asientos, los convocados deberán pasar un test el día antes de cada encuentro y una toma de temperatura al acceder al estadio, uso exclusivo de un hotel por ciudad, prohibición de mantener contacto con personas ajenas al núcleo familiar, distanciamiento de seguridad en el campo, desinfección de espacios y materiales...- y habrá que ver cuánto tiempo tardan los aficionados en volver a los estadios. La celebración de los encuentros a puerta cerrada -el acceso se limita a dos centenares de personas, las que se estiman imprescindibles para el desarrollo de los partidos- habla bien a las claras que el negocio de las televisiones está muy por encima de los sentimientos y, en ese sentido, el fútbol de las próximas semanas será también muy diferente.

El hecho de que los aficionados no puedan acceder a los estadios tendrá un peso importante en el componente anímico de los equipos -el rendimiento de los locales apunta a bajar-, que tendrán que adaptarse también a cambios en la normativa. Las convocatorias se extienden hasta los veintitrés futbolistas -los suplentes no podrán estar en el banquillo, sino que incluso ocuparán zonas de grada y estarán protegidos convenientemente- y los cambios se amplían de tres a cinco, aunque en tres tandas, para tratar de mitigar el enorme desgaste físico que se espera por la acumulación de esfuerzos en una época de elevadas temperaturas, lo que propiciará que se produzcan un par de pausas para la hidratación. Y si en las gradas no habrá pasión, también en el césped la efusividad se limitará al mínimo. Los goles del nuevo fútbol no se podrán celebrar con los compañeros, desaparecerán los saludos a los rivales y las protestas a los árbitros tendrán que ir acompañadas de distancia social.