- Dentro de apenas nueve meses, concretamente en enero de 2021, el Deportivo Alavés cumplirá cien años. Un intenso siglo de vida que conmemorará -si nada se tuerce inesperadamente- en uno de los mejores momentos de su azarosa existencia. Con el primer equipo asentado en la Primera División y una solvencia económica y estructural que permite observar con cierto grado de confianza y optimismo el futuro a corto y medio plazo. Sin embargo, el día a día del Glorioso no siempre ha estado acompañado de esta calma. Más bien al contrario, han sido bastantes más los años vividos entre fuertes tormentas que los de ausencia de tempestades.

Algunas de ellas hicieron zozobrar peligrosamente a la nave albiazul hasta estar a punto de condenarla a un inevitable naufragio. Afortunadamente en el último momento siempre ha aparecido un cabo salvador al que asirse para comenzar a remontar la corriente hasta la orilla. Y precisamente hoy, 1 de mayo de 2020, se cumplen treinta años de uno de esos milagrosque jalonan la trayectoria babazorra. En concreto el que permitió a la escuadra del Paseo de Cervantes salir por fin de un negro túnel que se antojaba interminable.

Sucedió hace exactamente tres décadas en el cercano campo de Lerún. Fue en concreto en el compromiso de la 36ª jornada del campeonato de Tercera División de la temporada 1989-90 que enfrentaba al Elgoibar con El Glorioso en el terreno de juego de los guipuzcoanos. A falta de dos capítulos más para bajar definitivamente el telón del ejercicio, el conjunto vitoriano disfrutaba de su primera oportunidad para certificar un ascenso que llevaba nada menos que cuatro años persiguiendo. Únicamente necesitaba un empate pero, para evitar un sufrimiento innecesario, sumó una cómoda victoria (0-2). Un triunfo materializado gracias a sendos tantos del inolvidable Txosa que permitió dejar atrás por fin uno de los capítulos más negros de la historia albiazul. Treinta años después, se ha convertido en un pasaje prácticamente desconocido para las generaciones más jóvenes de aficionados del Deportivo Alavés pero aquellos a quienes el paso del tiempo ha situado ya en la madurez recuerdan la conveniencia de echar la vista atrás de vez en cuando para no repetir errores que pueden resultar letales.

Un fatídico destino que estuvo a punto de suceder en la década de los ochenta del siglo pasado y del que afortunadamente se pudo escapar gracias al primer ladrillo que colocó en Lerún el conjunto dirigido por Luis Astorga e integrado, entre otros, por Tinoko, Biota, Roth, Feijóo, Urbina, Txosa, Juanjo o Javi Muro.

Gracias a ellos pudo comenzar una recuperación -lenta pero constante- que terminó por devolver al Glorioso a la élite después de haber sufrido los rigores del infierno. Un pozo al que cayó empujado por los intentos de mantener unas aspiraciones imposibles a costa de jugar con fuego en lo económico. Así, en los primeros años ochenta la entidad babazorra continuó realizando apuestas desmesuradas en Segunda División que no daban fruto hasta que en el ejercicio 1982-83 se consumó el descenso a la categoría de bronce. Un durísimo varapalo en lo deportivo y lo institucional que, sin embargo, era únicamente el preámbulo de lo que estaba por llegar. La caída hasta la Tercera División -por moroso- a la conclusión de la campaña 1985-86. Un nuevo castigo que se antojaba el tiro de gracia para un club moribundo.

Más todavía cuando, al año siguiente, el equipo se mostró incapaz de cumplir con los pronósticos que vaticinaban una inmediata recuperación de la categoría. Tampoco pudo ser a la segunda. Ni a la tercera. Uno tras otro se acumulaban los fracasos y el desencanto se había hecho un hueco fijo en las semidesiertas gradas de Mendizorroza.

Los proyectos pasaban de mano en mano sin que Alberto Uriona, Iñaki Espizua ni Juan Mari Begoña -el padre de Ibon- fueran capaces de conducirlos a buen puerto. Cultural de Durango, Barakaldo y Santurtzi ocuparon un puesto teóricamente reservado para El Glorioso, que no pudo pasar de la sexta, novena y segunda posición en una Liga donde sólo el primero lograba el ansiado ascenso.

Afortunadamente, la pesadilla concluyó con la llegada de Luis Astorga a la dirección y la composición de una plantilla que aglutinaba calidad, ambición y fortaleza a partes iguales. Con Juan Arregui y Gonzalo Antón ya al frente de los despachos, la temporada discurrió sin los sobresaltos de las precedentes y la escuadra gasteiztarra comandó la clasificación con bastante tranquilidad prácticamente desde el inicio.

La victoria de Elgoibar, así pues, se convirtió en la esperada guinda del pastel y abrió la puerta a que el alavesismo recuperara la ilusión por construir un futuro que, por suerte, ahora es presente. Tres décadas después, la gesta de estos gladiadores que rescataron al Glorioso del túnel en el que se hallaba continúa igual de vigente.