Vitoria - Nada menos que desde el lejano 9 de noviembre del año pasado llevaba la afición de Mendizorroza sin disfrutar de la alegría de ver ganar a su equipo. Dos empates y otras tantas derrotas había sido el pobre balance albiazul en ese periodo. Lo que antes había sido un fortín comenzaba a presentar demasiadas grietas estructurales y la preocupación empezaba a asomar en la cabeza de más de uno. Pues bien, todo eso pasó al olvido anoche en apenas un suspiro. Porque prácticamente tres meses después del último regalo del plantel de Asier Garitano a su gente la alegría regresó a plena potencia al Paseo de Cervantes.

El motivo, evidentemente, no fue otro que el fundamental triunfo cosechado en el derbi ante el Eibar. Un conjunto armero, rival directo por la permanencia, que comparecía en Gasteiz igualado a todo con el Alavés dibujando un escenario en el que el éxito suponía la conquista de siete puntos virtuales. Los que de manera efectiva suben al casillero vitoriano, los que no acaban en las manos azulgranas y el extra que supone ganar definitivamente el golaverage particular.

Resulta lógico por lo tanto el éxtasis colectivo que se produjo tanto sobre el césped como en las gradas de Mendizorroza cuando el colegiado Prieto Iglesias decretó el final de las hostilidades. El Villarreal había sido el último en profanar el templo albiazul hace apenas quince días, lo mismo que antes lo habían hecho Betis y Leganés cosechando sendos empates y el Real Madrid sumando un triunfo que podría entrar dentro de la lógica.

Golpes duros que obligaron a la escuadra gasteiztarra a aprender la lección por las malas. Y a tenor de lo visto ayer sobre el césped, los de Asier Garitano demostraron haber adquirido el conocimiento. Como primer paso, se dedicaron a proteger a la perfección el área de Fernando Pacheco. Como consecuencia, el Eibar prácticamente en ningún momento se acercó con peligro a las inmediaciones del arquero del Glorioso. Es cierto también que hasta el descanso el fútbol ofensivo local también brilló por su ausencia y el duelo se convirtió en poco menos que una batalla de despropósitos en la que ambos contendientes parecían más centrados en recuperar la pelota que en mantenerla en su poder.

Un relámpago Sin embargo, en el inicio del segundo periodo, en apenas un suspiro el decorado se transformó por completo para mostrar al Deportivo Alavés una sonrisa amable. Algo más de diez segundos fue el escasísimo margen de tiempo que transcurrió desde que el Eibar ejecutó el saque de centro hasta que Lucas Pérez estableció el 1-0 que abrió de par en par la puerta de la victoria. Un grave error de Esteban Burgos permitió a Joselu profundizar como un puñal por la banda izquierda y ejecutar un medido centro al corazón del área para que el siete albiazul clavara una estocada mortal de necesidad en el corazón armero.

A partir de ahí llegó la mejor fase para el conjunto local, que por momentos pasó como un vendaval sobre su oponente hasta terminar marcando el segundo a través de Burke. Aunque el tanto de Orellana en el epílogo añadió algo de nerviosismo, la fiesta ya estaba en marcha en Mendizorroza y solo hubo que esperar unos pocos minutos más para descorchar la feliz traca final.