Es evidente que el regusto que deja la victoria siempre es dulce, pero partidos como el que ayer protagonizó el Deportivo Alavés evidencian que el fútbol está muy lejos de ser regido por la justicia. La exhibición que protagonizó el cuadro vitoriano, en el que seguramente fue su mejor encuentro de todo el curso en el global resultante de la suma de los trabajos defensivo y ofensivo, tuvo como premio un único gol. Una cifra incluso ridícula si se tiene en cuenta que, sobre todo en la segunda parte, la tormenta de oportunidades albiazules cayó en tromba sobre la portería de un Levante que sobrevivió a semejante tempestad por la mezcla entre el desacierto en el remate y la habilidad de Aitor Fernández en sus intervenciones para tapar desde debajo de los palos los errores constantes de sus compañeros unos metros más adelante. Cualquier mínimo resquicio, esa suerte tan determinante en el balompié, pudo haber dejado ayer al Glorioso sin tres puntos que fueron más que merecidos, ya que el único gol de Aleix Vidal estuvo lejos de hacer justicia a lo que se pudo ver en el Ciutat de Valencia.

La manida frase de que el Alavés es un equipo que se construye partiendo de unos sólidos cimientos defensivos fue ayer el fiel reflejo de la realidad. Ante un oponente como el Levante con una calidad excepcional del centro del campo hacia adelante, el cuadro albiazul plantó sobre el césped un campo de minas que los granotas no fueron capaces de sortear. Siempre una piernas, cuando no un cuerpo, se interponía en el camino hacía la portería de un Fernando Pacheco que vivía el encuentro con bastante calma. Ya se encargaban sus compañeros, sobre todo un Víctor Laguardia que ofreció un auténtico recital, de que todas las situaciones de potencial amenaza quedasen desbaratadas antes de pasar a mayores.

Con el cuadro valenciano maniatado, el conjunto de Asier Garitano comenzó a crecer en la ofensiva a través del juego de recuperación y contragolpe. Las ejecuciones, bien después de robo o al recobrar la posesión tras malos pases del rival, rozaron la perfección. Combinaciones rápidas y precisas que, sobre todo en la segunda parte, desarmaron a los de Paco López, que eran del todo incapaces de frenar estas oleadas eléctricas.

En una de estas acciones llegó el gol de Aleix Vidal, quien acabó ejecutando de zurda un trabajo de conexiones perfecto que comenzó en Laguardia, siguió por Lucas Pérez embolsando el pase en largo del central y continuó con la carrera de Joselu, quien atrajo la atención de los centrales para que el extremo catalán, por la izquierda, se encontrase con una puerta abierta por la que colarse con absoluta tranquilidad y tener así tiempo de sobra para pensar la definición.

Esa diana a la postre fue definitiva, pero se mereció estar bastante más acompañado. Y es que si hasta ese momento el Alavés fue claramente superior al Levante -ya antes del 0-1 había tenido alguna ocasión muy clara-, a partir de ahí su dominio fue descomunal. Los espacios a la espalda de una defensa deslavazada se abrieron por completo y, con mucha precisión en los pases, los albiazules consiguieron plantarse en repetidas ocasiones solos ante Aitor. Una y otra vez, el guardameta se acabó convirtiendo en un muro infranqueable y todos los intentos por conseguir estirar la renta, que hubiese sido lo merecido, se toparon con él.