Siempre he pensado que el reproche al jugador propio en pleno partido resulta difícilmente justificable porque nada aporta en positivo y que las valoraciones de la grada se tienen que dejar para el final de cada actuación, aunque puedo llegar a entender a quien, llevado por el fragor del momento, muestra su disconformidad con lo que está viendo. Lo que me resulta incomprensible es que esas evidencias de rechazo lleguen incluso antes de que se alce el telón. Algo que ocurrió en la presentación del equipo el viernes en Mendizorroza, cuando desde algunos sectores se oyeron claros silbidos cuando se anunció a Manu García. Pitos al capitán del Deportivo Alavés sin haber tocado un solo balón. Y sin que haya protagonizado episodio alguno fuera de los terrenos de juego que le hagan merecedor de reproche. Simplemente porque hay a quien le molesta su presencia en el equipo. La evidencia clara de una animadversión creciente por parte de un sector que supone una injusticia a la trayectoria de quien a día de hoy es el gran emblema del alavesismo. Un menosprecio que parece perseguir especialmente a los de casa, pues en su día otro vitoriano como Pablo Gómez fue también criticado sin misericordia. Futbolistas que deberían ser protegidos como patrimonio albiazul y que parecen perseguidos más por su origen que por su fútbol.
Los silbidos que con tanta claridad se escucharon vienen a suponer un paso más en un proceso que se ha ido larvando y enquistando. Una corriente de pros y antis que se reproduce con crudeza especialmente en redes sociales y que el viernes se trasladó a Mendizorroza, donde se percibió con claridad el sonido de viento de esos grupos que señalan al capitán como el responsable de gran parte de los males del equipos.
Leo repetidamente que Manu no tiene nivel para la máxima categoría, que sus cualidades como futbolista son tremendamente limitadas o que sus compañeros de demarcación son muy superiores a él, pero que al final acaba estando sobre el césped prácticamente por decreto, beneficiado ahora por un entrenador con el que comparte agencia de representación y con el beneplácito de sus amigos de la Prensa. Se me olvidaba, también hay quien no duda de calificarlo de pesetero por la última negociación para su renovación.
Exponiendo razones, cualquier tipo de crítica futbolística es entendible. Argumentos hay de sobra para calificar como deficientes muchas actuaciones del capitán esta misma temporada. E, incluso dentro de un colectivo, en alguna derrota su responsabilidad ha sido máxima tras haber cometido errores de bulto. Análisis que se puede aplicar a todas sus campañas precedentes -como unas características técnicas con algunas limitaciones claras-, como de justicia es señalar que ha sido una pieza vital en el crecimiento de los últimos años, decisivo en momentos puntuales y con una actitud dentro y fuera del campo irreprochable y ejemplar en este periplo de ocho temporadas, afirmación la última que no se puede hacer de alguno de sus compañeros a los que, de manera también entendible, no se le pasan facturas. Hasta ahí, nada que se salga de la absoluta normalidad.
El problema llega cuando se recurre a teorías peregrinas. No conozco a ningún futbolista que acumule 266 partidos en un club -en un momento de esplendor, además- con una decena de entrenadores diferentes -les ha debido comer el coco a todos ellos, cabe entender- que sea el absoluto inútil que algunos pintan. Si así fuese, me cuesta entender que el Alavés siga por cuarta campaña consecutiva en Primera -y que hasta ella haya llegado- cuando ha jugado la mayoría de sus partidos con un cojo y al frente de su banquillo han estado auténticos irresponsables que han preferido a un hombre que no daba el nivel por delante de la mucha competencia que ha tenido. Mención aparte para el tema pecuniario, cuando comparte vestuario con salarios de seis ceros y el suyo sigue siendo hoy de los más bajos.
La crítica está asociada a la propia existencia. El vilipendio, nivel alcanzado por la cuestión, está de más tanto en la vida como en Mendizorroza, más aún en el caso de un Manu García a quien, como a otros emblemas, se debería cuidar como patrimonio del alavesismo.