Vitoria - Cuando en el minuto 82 del encuentro del pasado domingo conectó el imparable zurdazo que se convirtió en el definitivo 2-0 ante el Celta de Vigo, Lucas Pérez estalló con la potencia propia de las mejores botellas de champán. El futbolista gallego puso con ese tanto el colofón perfecto a su mejor encuentro como albiazul y además aseguró virtualmente la conquista de tres puntos vitales para la escuadra de Mendizorroza. Si a eso se le añade que el adversario de turno era nada menos que el gran enemigo de su época de deportivista y frente al que ha vivido las más cruentas guerras deportivas, resulta comprensible la efervescente celebración que no dudó en realizar justo enfrente del fondo de seguridad. Era el incontenible éxtasis de un Lucas Pérez desencadenado.

La felicidad por un gol que a buen seguro recordará de manera especial durante el resto de su vida pero, sobre todo, la reivindicación de un jugador que comienza a ver la luz al final del túnel. Porque lo cierto es que el ariete albiazul no lo ha pasado bien en los últimos tiempos. Tras su eclosión en el Dépor hace casi un lustro, su paso por el fútbol inglés y el posterior regreso a Riazor contó con bastantes más sombras que luces. Su fichaje el pasado verano por El Glorioso, con un contrato de larga duración, se presentaba como casi la última oportunidad para volver a transitar por la senda que le había encumbrado.

Sin embargo, sus primeros pasos como albiazul tampoco resultaron sencillos ni mucho menos. Relegado al banquillo de inicio en favor de Joselu y sin ser capaz de escapar del tono gris casi negro general de la escuadra de Mendizorroza, sus comparecencias resultaron decepcionantes a más no poder. Sin apenas incidencia en el juego del equipo y con la balanza de su aportación personal claramente inclinada hacia el polo negativo, apenas se asemejaba a una sombra del futbolista desequilibrante que se esperaba.

Una situación más que preocupante que, por fortuna, parece estar revertiéndose a marchas forzadas. Poco a poco, Lucas Pérez ha ido consiguiendo reencontrarse consigo mismo y su actuación el pasado domingo contra el Celta puede considerarse, sin ninguna duda, la más notable de su todavía corta etapa como alavesista. Pero lo mejor de todo es que no se trata de un hecho aislado sino que se inscribe en una trayectoria claramente ascendente que está protagonizando en las últimas jornadas.

Una evidente mejoría que se aprecia por partida doble puesto que se traduce tanto en el juego que despliega sobre el césped como en la principal vara de medir a los delanteros, que no es otra que los goles. Con el anotado ante el Celta, el gallego acumula ya tres en su cuenta particular y los ha conseguido de manera consecutiva en las tres jornadas de Liga más recientes.

Abrió el marcador de penalti ante el Mallorca para allanar el camino hacia tres puntos vitales, inyectó un poco de esperanza en los últimos minutos de la visita al Valencia aunque no fue suficiente para rescatar el empate y puso la sentencia a la victoria de este domingo. Un ritmo sin duda sobresaliente que, en el caso de que pueda mantenerlo durante el mayor tiempo posible, rendirá enormes intereses al Alavés. Pero es que, al margen del acierto ante la portería, su incidencia en el juego también ha crecido exponencialmente para convertirlo, en definitiva, en un Lucas desencadenado.