Vitoria - La vida en soledad para un delantero nunca resulta agradable, ya que por norma general los nueves necesitan de compañeros que les abastezcan para que puedan brillar en la definición, que suele ser su aspecto más destacado. Por eso, ser el punta de referencia del Deportivo Alavés se había convertido en un dolor de cabeza en unos primeros partidos del curso en los que el atacante era lo más parecido a un islote completamente alejado de cualquier atisbo de generación de fútbol, por lo que marcar goles e, incluso, llegar a generar alguna ocasión para ello se convertía en una misión casi imposible. Una tendencia que cambió por completo en el decisivo duelo contra el Mallorca, cuando Asier Garitano, que se jugaba entonces la vida deportiva, decidió definitivamente apostar por una doble referencia en la punta del ataque y también un paso adelante de todos los compañeros para unir líneas hacia adelante y no hacia atrás como se hacía hasta entonces, buscado más la amenaza sobre la portería rival que tratar de fortificar la propia. En dicho partido comenzó una nueva vida para los delanteros, que ahora disfrutan mucho más con la propuesta de su entrenador y tienen un mayor espacio para el brillo personal. Ya se comprobó ante el cuadro balear y la tendencia se mantuvo en la visita al Valencia, ambos partidos con una buena cantidad de ocasiones, muy superior a la suma total de los encuentros precedentes. Ayer se alcanzó la cúspide en este sentido, con un torrente ofensivo que acabó ahogando a un Celta que finalmente se mostró incapaz de achicar todo el agua que le atenazaba.

El Alavés transitó ayer con los ojos cerrados por una senda que conoce a las mil maravillas de haberla recorrido millones de veces a lo largo de las últimas temporadas. Presión adelantada -ayer incluso algunos metros más que de costumbre, lo que incomodó muchísimo a los vigueses, con una actuación de Mubarak Wakaso sobresaliente en este sentido- para la recuperación y salida rápida -y en esta ocasión muy precisa, algo que había fallado con anterioridad-, desplazamientos en largo y por alto en busca del primer remate o la segunda jugada y acciones de estrategia. Para completar el abecé ofensivo de lo que este equipo ha venido siendo y espera volver a ser solo le falta sumar a unas bandas a las que todavía les falta chispa para ser desequilibrantes. Aunque, eso sí, a cambio se ha sumado una pieza de carácter diferencial como Lucas Pérez que es capaz de marcar diferencias en base a su talento -ayer sacó a relucir su puntería en el golpeo tras todo el partido merodeando el área- como en esta etapa solo había sido capaz de hacer Munir El Haddadi con anterioridad.

Con ese buen acompañamiento y surtido de balones, Joselu ha evidenciado que es un delantero temible. Al nueve le falló ayer la puntería con dos remates al larguero, un cabezazo muy centrado y un disparo en exceso desviado en cuatro ocasiones clarísimas, pero dio un auténtico recital de cómo se tiene que mover y posicionar un delantero centro. En el juego aéreo fue un incordio permanente para un Celta que ni pudo frenar sus testarazos ni tampoco que bajase el balón al pasto para que los aprovechasen sus compañeros, mientras que a la hora de situarse en posiciones de amenaza mantuvo a los gallegos en todo momento en situación de jaque.

Una nueva vida para los delanteros que les resulta mucho más cómoda y agradable. Les toca correr, pero pueden disfrutar.