mestalla es un estadio que en realidad no debería existir. No porque le desee ningún mal ni al campo ni a los usuarios habituales, ni tan siquiera porque lo considere maldito para los albiazules, sino porque tenía que haber sido sustituido por uno nuevo. Pero las obras llevan paradas diez largos años. Como decía, nos produce cierta aversión porque hace tiempo que el Deportivo Alavés no sabe lo que es ganar allí, ni tan siquiera puntuar. Desde la temporada 1998-99, los albiazules solo han ganado en dos de las últimos diez duelos disputados en Liga en Primera. Aunque ha marcado en las cuatro últimas temporadas, contando la actual, no ha sido suficiente para sacar un solo punto (cuatro goles a favor y diez en contra). El último triunfo data de abril de 2001 en que se derrotó por dos a uno con goles de Mendieta, en propia puerta, y Eggen. En la temporada anterior se venció por 2-0 marcados por Magno y Astudillo en los últimos minutos del encuentro. Por último, en la temporada 2001-02 se consiguió un meritorio empate a cero, todos ellos con Mané en el banquillo. Pero desde entonces, la sequía de puntos ha sido absoluta: seis derrotas consecutivas con cuatro goles a favor y dieciséis en contra, por lo que el equipo albiazul está sufriendo un apagón en su rendimiento que ya dura demasiado tiempo.
Mestalla no es solo un campo inexpugnable para el Alavés, sino complicado también para los propios jugadores y entrenadores valencianistas. En mi opinión, tienen una afición veleta: según sople el viento de victorias y derrotas así se comporta ella. Es una afición que no la quisiera para mí, solo está con el equipo si todo va bien. Además, es un club que engulle presidentes casi al mismo ritmo que entrenadores, lo que es un tanto inusual. Ahora está de uñas con su máximo accionista, Peter Lim, que desde su residencia en Singapur malgobierna, según sus aficionados, el club. El tal Lim no se anda en contemplaciones y este año ha destituido al entrenador cuando solo se habían cumplido tres jornadas, pero no por los malos resultados (la temporada anterior logró su primera victoria en la jornada once y lo mantuvieron en el cargo) sino por llorar demasiado. Y es que Marcelino es un tipo que se queja con excesiva frecuencia.
La semana pasada, el Valencia recibió en su feudo un severo correctivo en Champions ante un Ajax que mostró una gran efectividad aprovechando los errores del rival. Vistió en parte de naranja, un color que sienten como suyo los valencianistas. Recuerdo que no les hacía gracia que el rival vistiera de ese color: una vez que lo hizo el Alavés (“esto no se hace”, comentaron ofendidos) les sentó como un tiro. Además, no solo nos apropiamos de sus colores sino también de los tres puntos.
El sábado no vestimos de naranja, ni fuimos tan eficaces como los holandeses, pero sí que parecía que se iba a lograr algo productivo en Mestalla. Al final, por unas causas o por otras, se volvió de vacío y pensando en lo que podía haber sido y no fue. Es evidente que el Alavés mereció un mejor resultado en su choque con el Valencia, pero no supo aprovechar los fallos que cometieron unos rivales que están sufriendo una época convulsa con su dueño. En cambio, los de Celades sí que lo hicieron por desajustes defensivos alavesistas para ponerse con dos goles de ventaja. Para más inri, cuando mejor estaba jugando el equipo albiazul, y el gol rondaba la portería local, llegó el apagón. El apagón lumínico. A partir de ahí vino improvisadamente el apagón de ideas albiazul. Pero allí no terminaron los inconvenientes, pues un nuevo parón, la revisión del penalti por parte del VAR, cortó de manera definitiva el ritmo del partido y perjudicó al conjunto de Garitano en la misma medida que benefició al rival. El gol de Lucas llegó demasiado tarde, aunque todavía quedaban un montón de minutos si el árbitro hubiera añadido los que realmente se habían perdido. De todas formas, el Alavés ha mejorado sus prestaciones notablemente fuera de Mendizorroza, aunque no haya sido suficiente para sumar. La jornada nos ha dejado de nuevo en una situación preocupante; vamos a estar dos semanas sin competir y con demasiado tiempo para darle vueltas a la cabeza. Pensar es bueno, pero en su justa medida. No se trata de no preocuparse, se trata de hacerlo de forma efectiva.