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Árbitro Gil Manzano (extremeño).
1-0, minuto 38: Raúl García, de penalti. El colegiado castiga con la pena máxima una entrada de Duarte a Williams -el delantero se traba en la pierna del defensa- y Raúl García marca de disparo a la derecha de un Pacheco que llega a tocar el balón sin ser capaz de desviarlo.
2-0, minuto 72: Muniain. Disparo de Ibai Gómez que despeja Pacheco y el capitán mete el pie para remachar el rechace.
Amonestó a Ely (minuto 7), Vidal (minuto 15), Duarte (minuto 37) y Laguardia (minuto 70).
Vitoria - Todas las temporadas acaban teniendo partidos que se hacen difíciles de digerir y en los que el aficionado se marcha a casa pensando que no merece la pena el precio que ha pagado por asistir a un espectáculo de tan baja calidad, pero en el seno del alavesismo se ha empezado a instaurar ya la sensación de que este equipo se ha instalado desde demasiado pronto en un nivel que está muy lejos de alcanzar el suficiente. Si en los tres primeros partidos el resultadismo de los puntos sirvió para dar por buenas actuaciones que dejaron mucho que desear y la reacción final ante el Sevilla eclipsó el desastre de la primera parte, la vergonzosa actuación del Glorioso ayer en el derbi sobrepasa ampliamente el cupo de lo que resulta admisible. Un equipo cuya propuesta única fue que pasase lo mínimo posible, centrado exclusivamente en tratar de destruir el juego del rival y sin preocuparse, ni aún perdiendo, de elaborar alguna acción con cierto criterio en su ataque cuenta con todos los condicionantes para irse de cabeza al hoyo. Un ridículo que no se puede pasar por alto y que ha de conducir a una reflexión con carácter inmediato, empezando desde un banquillo -Garitano le concede mucha relevancia al juego del rival, quizá excesiva- desde el que se le ha dado una especial relevancia al trabajo defensivo, pero que ha olvidado casi por completo el ataque, donde el Alavés fue la nada más absoluta de nuevo. Un desastre.
Garitano planteó el partido con la idea de que sucediesen muy pocas cosas y lo consiguió plasmar con creces durante casi toda la primera parte. Y es que, a ojos del comensal, el bodrio fue del todo imposible de comer. El cuadro rojiblanco, por eso del peso que acostumbra a llevar el equipo local, se movía cerca del área vitoriana, pero a la hora de la verdad era la nada más absoluta. Eso sí, el reflejo que el espejo ofrecía de su rival era una versión todavía peor y ya repetida en este arranque del curso. Incapacidad absoluta para hilar una jugada, dificultad enorme para sacar un primer pase con calidad, desconexión permanente de la zona ofensiva y la obligada necesidad de nuevo de recurrir a los prismáticos de largo alcance para vislumbrar la portería del oponente.
Un tiro lejanísimo de Wakaso fue el único indicio de la presencia sobre el césped de Unai Simón en toda la primera parte. La nada más absoluta que tenía el consuelo de la incapacidad rojiblanca para desentrañar el jeroglífico, aunque por el camino iba cargando de tarjetas amarillas a los albiazules.
Así de aburrida iba la cosa hasta que la zaga vitoriana se descolocó e Ibai Gómez encontró un resquicio para colarse por la izquierda y servir allí el pase de la muerte a Williams. Si el delantero se tropezó con la pierna de Duarte o si el almeriense fue quien impactó en el punta lo acabó resolviendo Gil Manzano a través de la pantalla. Una vez que el VAR le reclamó para la revisión, estaba claro que iba a dictaminar una pena máxima que Pacheco estuvo a punto de sacarle a Raúl garcía en su estirada. Un 1-0 al descanso que era demasiado para lo poco que se había visto y que ajusticiaba a un Alavés de nuevo mucho más preocupado de destruir que de intentar generar algo.
Garitano estaba obligado a retocar algo y a los pocos minutos de la reanudación entró Lucas Pérez por Manu para dibujar un 4-4-2. Sin ninguna maravilla, al menos el Alavés consiguió que sus jugadores conectasen entre ellos y se asomasen con intenciones aviesas a los dominios de Simón, con Duarte a punto de sorprender al guardameta al cambiar la dirección de un tiro de Wakaso.
Parecía que El Glorioso asomaba la cabeza, pero fue una mero efecto visual. Una ilusión óptica que se desvaneció a los pocos minutos y que dio paso a un Athletic que se mostró ambicioso para irse a por el partido ante las grietas que se abrían en la defensa vitoriana. Un disparo de Muniain fuera, otro de Williams al larguero y cuando Pacheco parecía haber salvado los muebles ante Ibai, Muniain remachaba el 2-0 con veinte minutos por jugarse que ya no sirvieron para nada más que alargar el ridículo alavesista.
Ridículo espantoso El Alavés fue la nada más absoluta en el derbi de ayer. Salió con la idea de ir alargando el partido intentando que no sucediesen cosas reseñables y lo consiguió con solvencia hasta que el penalti de Duarte que Raúl García convirtió en el 1-0. Desequilibrado el marcador, no llegó la reacción en ningún momento.
Un equipo sin fe Retocó su idea Garitano en el arranque de la segunda parte para perfilar una doble punta con la entrada de Lucas Pérez, pero la tímida reacción albiazul se convirtió en una ilusión óptica que desapareció tan rápido como llegó. Sin ambición ni fe, el equipo se descompuso, encajó el 2-0 y desapareció.
El ghanés fue uno de los pocos jugadores con amor propio en el derbi. Peleó, luchó, pegó y buscó la portería rival con dos disparos lejanos. Un buen nivel en el arranque.
El catalán está llamado a ser uno de los referentes ofensivos de este Alavés y lo cierto es que su arranque de temporada está muy por debajo de lo esperado. No aporta nada.