Vitoria - Cuando el balón eche a rodar mañana en el Coliseo más de uno pensará que ya ha visto el partido antes. El Getafe-Alavés desprende un intenso aroma de familiaridad a la fuerza, no en vano se enfrentan dos de los equipos que menos cambios presentan en relación a la temporada anterior. Los estilos de ambos serán fácilmente reconocibles para el aficionado -pese a que por parte albiazul sí se ha producido un relevo en el banquillo-, de lo que cabe deducir que tampoco las respectivas propuestas futbolísticas sorprenderán a nadie. Y sin embargo, la expectación que despierta el duelo no se resiente pues con las premisas comentadas no alcanza para predecir el marcador final, el aspecto nuclear de la competición.
En el conjunto madrileño se han registrado altas en la plantilla a cargo de José Bordalás. Ninguna de relumbrón, la mayoría de dilatada trayectoria en una categoría donde el club cumple su tercer año. En los dos previos, el Getafe se ganó a pulso la consideración de equipo revelación, acabó octavo y quinto, posición esta última que le concedió el acceso directo a la fase de grupos de la Europa League. Su técnico sitúa el objetivo en la permanencia, pero los precedentes le validan como candidato a figurar en la parte alta de la clasificación, aspiración que dependerá de que sepa asimilar el desgaste de la aventura internacional.
En cualquier caso, este fin de semana se espera la misma versión del Getafe. Un bloque aleccionado para rentabilizar cada gol, sobre todo si sirve para cobrar ventaja, generoso en el esfuerzo, áspero, sabedor de que posee los mimbres adecuados para imponerse en la batalla del desgaste. Unas señas de identidad que ya ha padecido el Alavés, que salió trasquilado en sus últimas visitas ligueras al Coliseum: 4-0 el pasado mes de enero en la primera jornada de la segunda vuelta liguera y un igualmente lamentable 4-1 un año antes en el 12º capítulo del ejercicio 2017-18.
En las dos primeras jornadas, saldadas con derrota por la mínima en el Calderón y empate (1-1) en casa ante el Athletic, Bordalás recurrió a tres de los recién llegados: Nyom y Cucurella, empleados para reforzar ambas alas con un doble lateral, y el marroquí Fajr, que ha regresado tras solicitar la baja por cuestiones de índole familiar y un efímero paso por el Caen (Francia). El Getafe no se alejó un ápice del guion que le ha encumbrado. Por qué iba a hacer tal cosa. Juega a lo mismo y su fisonomía permanece casi intacta: Soria en la portería; Damián Suárez, Djené, Bruno, Cabrera, atrás; el charrúa Arambarri, en el eje y la fórmula Molina-Mata arriba, con Ángel en la recámara.
“Da gusto vernos competir” replicaba meses atrás Bordalás, aburrido de tanta crítica que recibe su tropa por la dureza de que hace gala. Ese sambenito le persigue desde tiempo atrás, incluso cargó con él cuando ascendió al Alavés. Entonces se hablaba de que los albiazules rondaban constantemente el límite de la legalidad en las disputas. Desde luego no es ningún secreto que los meritorios números del Getafe se apoyan parcialmente en la agresividad que destila, si bien al entrenador alicantino le asiste la razón cuando desvía la atención hacia la competitividad. En efecto, el Getafe es tan eficaz como transparente: no engaña, domina el arte de incomodar a sus rivales, a menudo les intimida, les saca de quicio o logra que los partidos discurran monótonos si ello favorece sus intereses.