Vitoria - El Deportivo Alavés no se encuentra en estos momentos en la octava posición de la Primera División por haberse visto beneficiado por muchos regalos. El trabajo de este equipo durante más de dos tercios del campeonato ha sido sensacional, tanto que el objetivo de la permanencia había quedado asegurado aún con muchísimo partidos por disputarse. El hundimiento de las últimas jornadas, cuando Europa se ha ido alejando cuando ya casi se rozaba con la punta de los dedos, deja un sabor de boca amargo. Pero, al menos, ayer El Glorioso volvió a ofrecer en el derbi en San Mamés una imagen que se aproxima mucho más a su realidad que la que se había visto últimamente en los duelos con Leganés, Espanyol o Valladolid, en los que parecía un alma en pena que vagaba por el campo al tiempo que se iba viendo cada vez más rezagado en la tabla clasificatoria. Por no competir como acostumbraba en partidos como esos se quedará sin el premio gordo de participar por tercera vez en una competición continental, pero, al menos, tanto contra el Barcelona como ayer contra el Athletic el equipo de Abelardo ha conseguido recuperar los valores que siempre le han adornado.
El Alavés volvió a ser en Bilbao ese equipo que es un dolor de muelas para unos rivales que se desesperan porque no encuentran la manera de meterle mano. El equipo de Gaizka Garitano consiguió un gol en el que Fernando Pacheco dejó la sensación de haber podido hacer mucho más para frenar el disparo de falta muy lejano de Beñat Etxeberria, pero ahí se les acabaron las alegrías a los rojiblancos. En el bagaje, un par de remates desviados de Raúl García y muy poco más. Y es que El Glorioso había recuperado ayer su versión de muro casi infranqueable que incomoda al máximo a sus oponentes y les obliga a bordar el fútbol para crear ocasiones.
Así, la endeblez de jornadas precedentes dio paso a una solidez bien conocida. Trabajo, trabajo y más trabajo. Con solidaridad, ayudando siempre al compañero de al lado y metiendo la pierna sin miedo. Ayudó Gil Manzano con un arbitraje que dejó jugar mucho, para desesperación de San Mamés y de los rojiblancos, que no veían la manera de meter mano a esa roca.
Si bien el cuadro de Abelardo no fue capaz de aprovechar su primera media hora de superioridad, lo cierto es que encontró el camino del gol justo en el mejor momento, segundos después del gol de Beñat. El empate de Bastón al filo del descanso evitó que los ánimos se hundiesen y, tras aguantar la embestida bilbaína en el arranque de la segunda mitad, el Alavés llegó el tramo final justo en la posición que hubiese deseado.
La suficiencia albiazul provocó que el Athletic se convirtiese en un manojo de nervios. No había conseguido dinamitar la roca y su esfuerzo le pasaba factura. El Pitu refrescaba las piernas con Mubarak Wakaso y Takashi Inui. Y ahí tuvo el conjunto alavesista la oportunidad de firmar una victoria que le permitiría mantener vivo el sueño europeo. Primero el japonés y de seguido, y por partida doble, el ghanés. Tres ocasiones que silenciaron San Mamés y que permitieron sobrevivir a un Athletic que en este tramo final tiene la fortuna que tuvo su rival ayer en el tramo inicial. La suerte que falló al final para ganar.