Vitoria - En su primer partido después de haber alcanzado el medio centenar al frente del banquillo del Deportivo Alavés, Abelardo Fernández vivió su noche más dura desde que asumiera los mandos de la nave vitoriana en diciembre de 2017. La ola de positivismo que había supuesto desde entonces la presencia del Pitu como timonel del Glorioso se desplomó el viernes en el Coliseum Alfonso Pérez. Como si en el interior de dicho estadio hubiese aparecido un agujero negro, en el trayecto del vestuario al césped se olvidó el decálogo de lo que debe ser un equipo competitivo para el técnico asturiano. Al equipo vitoriano que se enfrentó, por decir algo, al Getafe no lo reconocía ni la madre que lo parió. En este caso, el padre técnico y espiritual, que es su entrenador. Absolutamente nada de lo planteado salió a derechas y se perdió por completo toda la serie de señas de identidad que tan reconocible hacía a este colectivo. Una fotocopia de bajo coste, completamente distorsionada, pululó por el verde madrileño ante la impotencia en la banda de un entrenador que suele aparcar los resultados para observar detenidamente el nivel de competitividad de su equipo. Y si en el primero de los apartados el suspenso fue mayúsculo, peor aún fue la nota global en el segundo de ellos. Ni estuvo ni se le llegó a esperar en ningún momento. Una situación inconcebible para un equipo que tiene que ir al máximo de sus revoluciones para eclipsar sus carencias.

En Getafe, el Alavés se desmoronó como castillo de naipes por donde no suele, que es su fiabilidad defensiva. Cualquiera podía prever que se fuese a notar la baja de un Víctor Laguardia que no se había perdido ni un solo partido en toda la primera vuelta, pero la debacle fue de calibre mayor. Como si la ausencia del referente de todo el entramado de contención hubiese supuesto la pérdida de la brújula para todos sus compañeros, la zaga albiazul se mostró perdida en casi todo momento. La tranquilidad con la que Jaime Mata y Jorge Molina camparon por el verde fue propia de un paseo de matinal dominical por la sierra madrileña. Cuando lo habitual es que El Glorioso convierta los partidos en campos de minas para sus rivales, a la pareja atacante de José Bordalás le dio tiempo hasta de contemplar el paisaje y recrearse en sus goles.

Falta de contundencia, errores en los marcajes, despistes severos y algún error grosero, como el penalti de un irreconocible Guillermo Maripán que firmó una noche horrorosa como no se le recordaba. Todo un serial de irregularidades por completo fuera de lo habitual que condenaron al equipo vitoriano. Socavados los cimientos de la seguridad defensiva, el resto del edificio se desplomó a velocidad de vértigo y el Alavés quedó reducido a menos que cenizas. La nada más absoluta acabó siendo sobre el césped del Coliseum.

Ataque sin argumentos Si lo del naufragio defensivo puede tomarse como un problema puntual, la incomparecencia en el plano ofensivo ya tiene pinta de estar ligada a un plano estructural. El Glorioso fue la nada más absoluta en Getafe, donde todas sus ocasiones se resumieron en un disparo flojo de Rubén Sobrino y un tiro muy alto de Borja Bastón. Dos situaciones de cierto peligro, por llamarlas de alguna manera, que se generaron en el tramo inicial del partido. Después, un desierto interminable que abarcó el resto de un encuentro en el que no existió ninguna capacidad de reacción.

Si en los errores defensivos poco se le puede achacar al entrenador y sí mucho a los jugadores, en la repetida elección de una configuración ofensiva que ya en la anterior jornada no había funcionado en Girona sí que tiene gran responsabilidad el técnico asturiano. Huérfano de Ibai Gómez y Jony Rodríguez, quienes desde las bandas eran los generadores del juego de ataque albiazul, El Pitu ha apostado en las dos últimas jornadas por mantener el 4-4-2 con Sobrino en la derecha y Burgui en la izquierda. Tanto el uno como el otro ya fueron de lo más flojo del equipo en Montilivi y su rendimiento en el Coliseum fue, si es posible, peor todavía, dejando a los dos delanteros por completo desasistidos. En el estilo del Alavés, los costados son fundamentales a la hora de crear peligro y llevar el peligro del campo defensivo al de ataque y esta elección ha fallado dos veces seguidas.

Para culminar su peor noche en el banquillo vitoriano, Abelardo ni siquiera estuvo atinado a la hora de definir los cambios. En un encuentro en el que el equipo albiazul corría el riesgo de perder los papeles ante el baile que estaba sufriendo y con Munuera Montero ya desatado con el gatillo de las amonestaciones, la amarilla que recibió Tomás Pina y que no le permitirá jugar el importante partido contra el Rayo Vallecano fue completamente evitable. Como casi todo en una noche desastrosa.