Vitoria - La llegada de Abelardo al banquillo del Deportivo Alavés ha servido para revitalizar a muchos jugadores que a lo largo de la temporada estaban ofreciendo un rendimiento muy por debajo del que de ellos se esperaba. Una labor referida, principalmente, a muchos de los fichajes del pasado verano que no habían aportado salto de calidad alguno y que con el paso de las semanas por fin han sumado en positivo en beneficio del equipo. Casos como los de Tomás Pina o Rubén Duarte resultan los más llamativos en este sentido. Pero no menos importante ha sido la labor del preparador asturiano en la puesta a punto de un futbolista que con una temporada en Vitoria ya se le podía tildar como veterano dentro del vestuario y que llevaba ya camino de firmar una segunda campaña como albiazul tan discreta como la primera. El golpe de timón de El Pitu ha supuesto un viraje en la trayectoria del equipo, pero también ha tenido incidencia en jugadores que languidecían en Mendizorroza, por donde pasaban sin pena ni gloria. Como le ocurría a un Dani Torres que actualmente atraviesa por su mejor momento como alavesista después de unos inicios más que complicados. Un despertar tardío el del colombiano, del que ahora solo hay que esperar que mantenga el impulso y siga creciendo sobre el verde.
Decepcionante. No se puede calificar de otra manera la temporada y media que el cafetero lleva en Vitoria. En el verano de 2016, con el ascenso a Primera División, el centrocampista se convirtió en una de las grandes apuestas de El Glorioso. No en vano, es el fichaje más caro de la historia del club vitoriano, con los aproximadamente 3,2 millones de euros que se abonaron a Independiente de Medellín para hacerse con sus servicios durante cuatro temporadas -hasta junio de 2020-, siendo la gran apuesta de la entidad. Un desembolso que no tuvo reflejo sobre el césped la pasada campaña, situación que amenazaba con repetirse en la presente hasta el actual cambio de tendencia.
El salto al fútbol europeo no le resultó sencillo a Torres. Llegó a Vitoria con mucha carga de trabajo tras haber disputado la Copa América con su selección y le costó adaptarse a la mayor velocidad con la que se juega en el Viejo Continente. Mientras que en Sudamérica el ritmo es mucho más lento y permite unos segundos para tomar decisiones, en LaLiga ese tiempo para ordenar las ideas no existe. La cabeza tiene que ir más rápida que las piernas y quien no consigue adaptarse a esa exigencia acaba fracasando.
Tapado por Llorente Por si ese problema de adaptación -no es un jugador que destaque por su velocidad, ya que se le podría considerar como un diésel- no fuese suficiente, se topó el colombiano con la explosión de Marcos Llorente. Como él mismo, otro pivote clásico habituado a actuar en solitario por delante de la defensa. Dos jugadores que sobre el campo parecían como agua y aceite, ya que compartían unas características -disciplina táctica, buena colocación, eficacia en el juego de recuperación y salida...- que hacía muy difícil mezclarlos. No en vano, los mejores partidos del cafetero llegaron con las ausencias del madrileño, que fue el elegido como titular por Mauricio Pellegrino para formar pareja con un Manu García que ofrecía el contrapunto ideal con su despliegue físico y su capacidad para recorrer kilómetros y apretar desde segunda línea.
Tras ir decreciendo en su rendimiento en el arranque del curso -titular en doce de las primeras catorce jornadas, las de peor rendimiento del equipo-, su relevancia cayó en picado y solo el solapamiento de Liga y Copa en el arranque del año 2017 le permitió, como a muchos de sus por entonces compañeros, seguir siendo una pieza útil dentro de los engranajes del equipo. Así, concluyó la temporada como el duodécimo jugador más utilizado en lo referido a minutos (1.802), aunque fue el decimoquinto -igualado con Carlos Vigaray y Aleksandar Katai- en partidos jugados con los 26 que disputó.
Sin salida Llegado el verano, en las oficinas del Paseo de Cervantes se plantearon la situación de Torres, tremendamente complicada tras una campaña de rendimiento muy por debajo de lo esperado. La cuantiosa inversión realizada no había encontrado correspondencia sobre el verde y la opción de recuperar, o incluso multiplicar -la idea cuando se hizo su fichaje es que en su paso a Europa incrementase su valor y así poder hacer negocio en el futuro con su traspaso-, el desembolso realizado había quedado esfumada. Tampoco la posibilidad de la cesión se contempló como una alternativa viable, por lo que se acabó optando por su continuidad en el equipo.
A pesar de ser ya su segunda temporada en el equipo, los comienzos fueron aún más difíciles que en el curso precedentes. Con Luis Zubeldía no tuvo una confianza que sí depositó en él Javi Cabello y que le duró apenas tres partidos a Gianni De Biasi. Tampoco en los primeros encuentros con Abelardo fue importante, pero en los dos meses que han corrido de 2018 ha conseguido convertirse en una pieza útil.
Tomás Pina y Manu García conforman la pareja de gala en el centro del campo del actual preparador alavesista. Pero el colombiano es ahora algo más que el tercero en discordia, como evidencia su titularidad en tres de los seis partidos jugados en la segunda vuelta. Su perfil de pivote clásico se puede asociar a la perfección tanto con el centrocampista de Ciudad Real -con el cafetero adelanta su posición en el campo y disfruta de mayor libertad de movimientos- como con el capitán, ofreciendo brillantez táctica en el eje y juego de recuperación y salida.
Una importancia creciente que hace de Torres el undécimo jugador del equipo en minutos esta temporada (1.270) y también en partidos, con los dieciocho encuentros que ha disputado hasta la fecha. Pero, más allá de los números, lo más importante es que su rendimiento sobre el césped ha mejorado de manera considerable. Un tardío despertar el del colombiano a poner, también, en el haber de Abelardo.