vitoria - Que las cosas están sucediéndose en el Alavés mejor de lo esperado, como advirtió el propio Abelardo el pasado fin de semana tras vencer al Celta en casa (2-1), resulta una obviedad con los números en la mano. El 1 de diciembre del año pasado, viernes, el técnico asturiano era presentado como nuevo entrenador del equipo poco antes de subirse al autobús y emprender rumbo a Barcelona, donde 72 horas después debutaría contra el Girona. Asumía entonces el Pitu las riendas de un equipo deportiva y anímicamente muerto que caminaba de manera imparable hacia el descenso con apenas seis puntos sumados en las trece primeras jornadas de liga. Un bagaje catastrófico aquel de las 11 derrotas y solo dos victorias - ante Levante y Espanyol- como punto de partida para un técnico, el tercero de la temporada tras las destituciones de Luis Zubeldía y Gianni de Biasi, con mucho que ganar y poco que perder. Poco más de dos meses después de asumir aquel reto, Abelardo está a punto de cumplir su décimo partido de liga al frente del Alavés. Lo hará este sábado en Villarreal y lo hará con esa extraña sensación de que las cosas van demasiado bien... Si antes de su llegada el equipo se encontraba deprimido y a seis puntos de la salvación, ahora mismo disfruta de un colchón de cinco puntos sobre el Levante, que es el equipo que marca la permanencia en Primera.

capacidad innata ¿Qué ha ocurrido entonces entre la jornada 14ª y la 22ª? Más allá de ese intangible “factor humano” al que se suele apelar para dar respuesta a las buenas dinámicas que experimenta un equipo sin aparente motivo, ¿cómo se explica desde un plano deportivo la reacción de las últimas semanas? ¿Qué ha ocurrido para que los mismos jugadores que en su día no ofrecían garantía ninguna para competir se hayan convertido hoy, apenas un par de meses después, en jugadores distintos, capaces de ofrecer una versión antagónica sobre el terreno de juego?

Tres nombres, al margen del propio Abelardo y su lugarteniente en el banquillo, Javi Cabello, podrían servir de contexto para explicar la metamorfosis albiazul. Se trataría de Víctor Laguardia, Martín Aguirregabiria y Tomás Pina, pilares de la total confianza del técnico asturiano sobre los que pivota no ya solo todo el entramado defensivo y el equilibrio en la medular, sino también una capacidad innata como es la de hacer mucho mejores a los compañeros con los que comparten demarcación. Por experiencia y edad, esa virtud correspondería principalmente a Laguardia y Pina, capaces de sacar lo mejor de compañeros como Eli, Maripán o Alexis en el eje de la zaga, o de Manu García, Dani Torres y Wakaso en esa estratégica línea de medios donde se cuecen y dilucidan los partidos. Más allá de su propia aportación individual al equipo, que es notable en estos momentos, la presencia del central maño ha resultado tan extraordinaria que apenas parece estar acusando los casi nueve meses de inactividad que sufrió como consecuencia de una lesión tan grave como la rotura de los ligamentos en su rodilla derecha. Un parte de baja terrible -el tercero de su carrera- que lejos de amilanarle da la sensación de haberle inoculado el efecto contrario a juzgar por el nivel que está ofreciendo en tareas de orden defensivo, recuperación, coberturas, juego aéreo e incluso ese formidable golpeo en diagonal que tanto desahogo genera en el equipo en determinadas fases del encuentro.

Otro tanto de lo mismo ocurre con Pina, al que la inactividad durante el verano y la falta de una pretemporada en condiciones le impidieron coger el ritmo que exige la Primera en el plazo fijado. Y es que si a su llegada a finales de agosto pidió dos meses de margen para ponerse a tono, los problemas y continuos cambios de entrenador retrasaron su puesta a punto hasta el pasado mes de diciembre, coincidiendo con la llegada de Abelardo, que ya lo considera intocable por su capacidad para equilibrar el juego, su predisposición al trabajo físico y el gusto que también profesa por el balón como buen discípulo de la filosofía del Villarreal, donde jugó tres temporadas. También el alavesismo se frota los ojos en este sentido al comprobar el cambio radical del jugador de Ciudad Real. Un tipo quizá lento y previsible en otoño que ha pasado a convertirse ahora en el carburador de la sala de máquinas del Glorioso.

La tercera clave en el despertar albiazul sería quizá la más sorprendente y no ya tanto por su edad, 23 años, ni su procedencia, el filial de Tercera División, sino sobre todo por el desparpajo que Martin Aguirregabiria ha demostrado desde el día que debutó en Girona en la jornada 14ª. Desde entonces, el canterano se ha hecho por méritos propios con la titularidad de una banda derecha que hasta su llegada era un coladero intolerable y personificado en la figura de Carlos Vigaray, un buen segundo espada al que, sin embargo, la plaza de titular quizá le ha venido demasiado grande. No así al lateral vitoriano, riguroso y pegajoso en tareas defensivas e incisivo en ataque, siempre con un buen número de llegadas por su banda como registro en cada partido. Un descubrimiento notable, en definitiva, que el Alavés se ha apresurado a atar dada su corta edad y sobre todo su recorrido, y que le ha permitido además ahorrarse la contratación en el pasado mercado de invierno de un lateral derecho, como tenía previsto.