Vitoria - El Deportivo Alavés hizo ayer una tremenda exhibición en la primera parte que debería mostrarse en las escuelas de fútbol. En un tiempo en el que en el mundo del fútbol se le ha concedido una importancia extraordinaria a la posesión del balón -el Barcelona de Pep Guardiola y sus diferentes versiones en el propio club blaugrana y del entrenador de Santpedor con toda su trayectoria posterior han tenido una gran incidencia en este sentido-, El Glorioso hizo ayer un tratado exprés de cómo se tiene que jugar cuando el esférico es propiedad casi exclusiva del contrario. En esos primeros 45 minutos, el Celta mantuvo una posesión abrumadora, pero fue el conjunto vitoriano el que puso el peligro y el gol en sus llegadas.
Un par de ocasiones en botas de Iago Aspas y Maxi Gómez fue todo el bagaje ofensivo que el equipo de Juan Carlos Unzué pudo presentar en el haber en una primera parte en la que tuvo el balón bajo control durante el 73 % de los minutos. Amasó el esférico hasta casi hartarse, pero apenas le sirvió para nada.
Para entender esa ineficacia hay que recurrir al sensacional planteamiento de Abelardo, desarrollado a la perfección por sus pupilos sobre el césped. Con una presión adelantada y las líneas muy juntas, los albiazules crearon un cortocircuito en el juego de los celestes. No aparecieron Lobotka ni Wass en el centro del campo y, lo más importante de todo, se neutralizó el veneno de un Aspas que está en un momento de forma sensacional y que solo pudo respirar ya bien entrada la segunda parte para acabar consiguiendo un gol de tan bella factura como estéril de cara al desenlace.
Y no sirvió de nada ese tanto gracias a la sensacional interpretación de su guión que hizo El Glorioso en la primera parte. Siempre que consiguió recuperar el balón, el cuadro albiazul hizo daño. Por eso una posesión que solo acaparó el 27 % de los minutos le sirvió para marcar dos goles que acabarían siendo definitivos en la victoria.
Todo se sustentó en una nueva actuación magistral de Tomás Pina como ancla en el centro del campo. El pivote ha alcanzado un nivel sensacional y es el termómetro de este equipo. Ayer ejerció de capitán general en el trabajo de recuperación y salida. Y, por si fuera poco, a su lado tuvo como escudero a un Manu García que aportó sus piernas para recorrer metros arriba y abajo, recuperando y llegando al remate.
Los dos centrocampistas fueron el muro contra el que se estrelló el Celta. Eso cuando fue capaz de superar una primera línea de presión perfectamente estructurada en escalones. Cada recuperación era sinónimo de peligro y esa sensación constante de encontrarse en jaque la pasó factura al equipo visitante. Unas dudas que beneficiaron los dos goles de un Alavés que, por si fuera poco, tuvo un acierto extraordinario para marcar en sus dos primeras llegadas aprovechando la debilidad defensiva local para evidenciar que en el fútbol no todo es la posesión.