Vitoria - Cuando faltaban ya menos de diez minutos para las once de la noche del miércoles 8 de febrero, el Deportivo Alavés agigantaba su leyenda con un hito histórico que convirtió el 2017 en un año para el recuerdo de una entidad que, gracias a un solitario gol de Edgar, consiguió clasificarse para la primera final de la Copa del Rey -segunda global tras la de la Copa de la UEFA de 2001- de los 96 días de historia que había celebrado apenas un par de semanas antes. En la jugada del tanto del extremo tinerfeño a los 82 minutos de juego de ese encuentro en Mendizorroza se resume un 2017 para el recuerdo. Aunque hubo más. Sin ir más lejos, la explosión del alavesismo que se vivió el 27 de mayo en Madrid en el duelo por el título perdido ante el Barcelona (3-1). Mientras, los últimos 365 días en la competición liguera han estado marcados por la brillantez con la que se cerró el curso anterior de la mano de Mauricio Pellegrino y un grupo de jugadores memorables y los enormes problemas en el arranque de la presente campaña que de no mediar la reacción de diciembre de la mano de Abelardo habrían abocado ya al Glorioso a un 2018 para el olvido después de haber escrito alguna de las mejores páginas de su historia.

Hablar del año que hoy se cierra en clave alavesista es hacerlo de la Copa. Un sueño que poco a poco fue cobrando visos de realidad hasta convertirse en un premio palpable aquel memorable día de febrero. Tras un enero de máxima exigencia en el que se fueron superando eliminatorias al tiempo que se encarrilaba una permanencia en Primera División inesperadamente tranquila, en el segundo mes del año se corroboró la presencia en la final copera y también se finiquitó el objetivo principal de conservar la plaza en la máxima categoría.

Esa segunda parte del curso 2016-17 fue el de la corroboración, crecimiento y asentamiento de un proyecto que alcanzó las más altas cotas partiendo prácticamente desde cero. La sabia mano en la dirección de Mauricio Pellegrino aglutinó un bloque para el recuerdo, con varios jugadores que consiguieron en un espacio de tiempo ínfimo colarse entre los mejores que este club ha tenido a lo largo de los tiempos.

El alavesismo se aprendió una alineación de memoria, pero fue el grupo el que condujo a los éxitos. Unos titulares brillantes, pero secundados a la perfección por un bloque de suplentes que dieron la cara en todo momento. Esta segunda unidad fue la encargada de ir pasando eliminatorias hasta una semifinal en la que aparecieron en escena los mejores al tiempo que los secundarios daban nuevos pasos hacia la permanencia liguera. Un trabajo colectivo preciso, cual engranaje de reloj suizo.

En el torneo de la regularidad, El Glorioso se fue hasta los 55 puntos -la segunda mejor marca en su trayectoria en Primera- y acabó en la novena posición. El único pero, por decir algo, que se le puede poner es que no fuese capaz de pelear hasta el final por una plaza en la Liga Europa, ya que la séptima posición fue una opción real en muchos momentos. El bajón sufrido a principios de abril con tres derrotas consecutivas -de veintinueve partidos jugados en los primeros meses del año solo se perdieron tres más- fue determinante en este sentido, lo que impidió redondear una campaña todavía más memorable.

Un día para el recuerdo Tras casi cuatro meses de interminable espera, el alavesismo se plantó el 27 de mayo en Madrid para ver a su equipo jugar la primera final de la Copa del Rey de su historia. Un desembarco masivo, éxodo sin precedentes hacia la capital estatal para pasear con orgullo los colores de un club que durante muchos meses soñó con ser campeón. No es que el Barcelona, aún en su peor versión reciente, se presentase como un rival propicio, pero Pellegrino y sus chavales se habían ganado por méritos propios el derecho a tener la fe de una afición que protagonizó un día que quedará por siempre en el recuerdo de todos los allí presentes.

Que el título acabse viajando hacia la Ciudad Condal no deja de ser una cuestión relevante porque nunca se sabe cuándo va a volver El Glorioso a rozar un trofeo de semejante magnitud, pero, aún en la amarga derrota -se plantó cara durante todo el partido y el 3-1 es incluso engañoso y estuvo bastante marcado por alguna polémica decisión arbitral-, el alavesismo salió ganando ese eterno día en Madrid.

Los cálculos hablan de alrededor de 25.000 alavesistas llegados a la capital en una jornada interminable en la que la afición albiazul evidenció que, en estos momentos, pocas hay a su altura. La fiesta y el buen ambiente fueron una constante en las calles de la capital, el la zona de seguidores Araba Hiria, en una kalejira multitudinaria de camino al estadio y ya dentro de un Vicente Calderón teñido en una mitad de azul y blanco. La explosión que se vivió con el gol de Theo que suponía el 1-1 fue histórica y las lágrimas que se destilaron a la conclusión del encuentro quedaron pronto olvidadas para dar paso al merecido agradecimiento a los héroes que hicieron soñar con los ojos abiertos a todo el alavesismo.

De dudas a esperanza El mes de junio supuso que ese colectivo tan exitoso que se asentó en en la máxima categoría y consiguió la clasificación para la primera final copera de la historia del club quedase por completo descabezado. Pellegrino, Femenía, Feddal, Theo, Llorente, Camarasa, Toquero, Edgar, Deyverson... La columna vertebral de ese gran equipo se despidió de Vitoria para emprender nuevos horizontes profesionales y en los despachos del Paseo de Cervantes se acometió una reestructuración complicada desde el primer momento y que, a finales de agosto, dio de sí un proyecto mal parido desde el principio.

A la dirección deportiva la fellaron las opciones prioritarias en casi todos los puestos, empezando por un banquillo que se dejó en manos de un novato en Europa como Luis Zubeldía, al que tampoco se le dieron las herramientas adecuadas a tiempo para intentar ensamblar una idea de juego ya de por sí bastante dudosa. Cuatro partidos duró el argentino al frente del equipo, antes de un corto período de interinidad de Javi Cabello -que habría de repetirse de nuevo- y la llegada de un Gianni De Biasi que pareció remedio pero que acabó siendo aún peor que la propia enfermedad.

En diciembre, con el Alavés hundido en el fondo de la clasificación y desprendiendo ya tufo a equipo de Segunda División, la llegada de Abelardo supuso un volantazo y tres victorias casi seguidas han servido para avivar la esperanza para 2018.