Abelardo ha conseguido imprimir su sello de identidad en apenas un par de semanas en un Deportivo Alavés que antes de su llegada había dado síntomas de navegar directamente hacia su propio hundimiento con dos encuentros ante Getafe y Eibar que fueron para dejar arrasado el cuero cabelludo del más pausado. Aquel Glorioso parecía un colectivo que había perdido ya la fe y que para nada creía en que el objetivo de la permanencia fuese posible. Las dos victorias ante Girona y Las Palmas y la imagen ofrecida ayer ante el Atlético de Madrid suponen un giro radical con respecto a esos precedentes. La sensación de equipo que se vio en el tramo final en Montilivi y, sobre todo, en los últimos minutos en Mendizorroza tuvo continuidad en el estreno en el Wanda Metropolitano. Una tendencia a mantener de cara al futuro para seguir alimentando la llama de la esperanza que, hace no tanto tiempo, ya parecía extinguida.
El Alavés se aferró ayer a esa imagen de equipo serio, trabajador y sacrificado que nunca debería haber perdido. El equipo por encima del individuo, con un despliegue sensacional sobre todo en el plano defensivo. Con compañerismo y disciplina táctica, por muchos momentos se cortocircuitó el juego de un Atlético que no veía la manera de meterle mano a la zaga alavesista.
Los de Abelardo, de nuevo, volvieron a conceder muy pocas ocasiones. Alexis salvó una internada de Gameiro para meter el pie justo cuando el francés iba a rematar en la primera parte, donde la otra ocasión reseñable se la desbarataron a Koke entre Manu y Pacheco.
Simeone, como ocurriera la pasada campaña en aquel recordado regreso del Alavés a Primera División, no encontraba la manera de meterle mano a un sistema defensivo tan bien trabajado. Además, los albiazules eran capaces de montar buenas salidas al contragolpe, aunque las mismas morían casi siempre en la frontal del área local ante las dudas existentes ante semejante muro de contención.
Recurrió el preparador argentino a toda la dinamita que tenía en el banquillo en el arranque de una segunda parte que seguía los mismos derroteros de la primera. Solo Griezmann era capaz de propiciar situaciones de jaque, aunque sin consecuencias. Eso sí, el cansancio empezaba entonces a amenazar el encomiable trabajo alavesista, que finalmente se acabó viniendo abajo con el gol de Fernando Torres.
Aunque el delantero le cogiese la espalda a Alexis, esa acción, más calidad que fallo, no emborrona el sensacional trabajo de un equipo digno de llamarse así y que tiene que mantener esta misma línea.