Durante más de una hora, el Alavés fue el mismo equipo disfuncional de toda la temporada. Ese que apenas pisa el campo contrario, que queda a merced de su rival, que le dura poco el balón, que no relaciona a sus delanteros con el juego, que ni siquiera es capaz de tirar a puerta, que tiene centrales que por sí solos se bastan para regalar goles y un portero que antes era el mejor y ahora tampoco ayuda a parar la sangría. Todo eso probablemente lo siga siendo este viernes por la noche cuando se enfrente a Las Palmas (Mendizorroza, 21.00 horas). Seguirá teniendo estas fallas, será la misma plantilla mal confeccionada, el mismo equipo que arrastra una planificación calamitosa que acaba de estrenar su tercer entrenador y que se encuentra en un modo extremo de supervivencia para llegar al parón de invierno sin descolgarse. Futbolísticamente, y hasta que se demuestre lo contrario, el Alavés es la misma cosa que antes del frenesí de Gerona. La diferencia es el estado de ánimo que se generó en Montilivi, que va desde el césped hasta la grada y que puede ayudar a enmascarar durante un rato todos los males. El próximo viernes, el Alavés seguirá siendo un muy mal equipo de fútbol pero con la adrenalina por las nubes. Y eso le puede ayudar a ganar tiempo. La casta, los huevos y la sobreexcitación bien canalizada, por más que sean conceptos manoseados, no son un estilo de fútbol, pero sí es algo que te puede salvar batallas puntuales. Lo mejor que le ha podido pasar al Alavés es que sea una semana corta, con solo cuatro días entre los dos partidos. Lo que pasó en Gerona va a estar vigente contra Las Palmas, al menos de inicio. Contra un caos de equipo puede ser suficiente. Muchas veces tendemos a hablar de puntos de inflexión, pero es complicado pensar en un desbloqueo anímico como la panacea para problemas futbolísticos estructurales.