Equipos como el Deportivo Alavés tienen que caracterizarse por un altísimo grado de concentración durante los noventa minutos y también por ir al límite de sus posibilidades desde que el colegiado señala el inicio y hasta que decreta el final de cada partido. Con las carencias futbolísticas que tiene este colectivo, dichos argumentos resultan del todo innegociables. Teniendo en cuenta que el propio Gianni De Biasi redunda en ellos cada semana, se hace todavía más inexplicable la puesta en escena que tuvo ayer El Glorioso sobre el césped del Coliseum Alfonso Pérez. Dos goles concedidos en apenas nueve minutos que supusieron que las opciones de regresar de tierras madrileñas se fuesen al traste de inmediato por culpa de una catástrofe tan madrugadora como inconcebible en un colectivo al que le sobran problemas como para añadir otros nuevos inconvenientes a su ya de por sí amplio repertorio.

Quien haya visto alguna vez en su vida a los equipos de José Bordalás, sobre todo cuando le toca actuar de local, sabe de sobra que el técnico alicantino gusta de arrancar los partidos con el contador de revoluciones al borde del colapso. Durante su etapa en Vitoria ya ganó unos cuantos partidos recurriendo a esa idea de golpear muy pronto y luego dedicarse a especular con la tranquilidad de la ventaja. Pues bien, los jugadores alavesistas debían ser los únicos que ayer no aguardaban una salida en tromba como la que protagonizó un Getafe que se volcó sobre la portería de Pacheco hasta conseguir marcar a los seis minutos.

El sistema de cinco defensas no sirvió para nada porque la acumulación de efectivos no es suficiente cuando no hay orden ni concierto. Y si grave fue el error en el tanto de Bergara, mayor lo fue aún cuando Molina cazó a toda la zaga albiazul despistada en un balón en largo desde la portería de Guaita apenas tres minutos después. Diéguez se quedó solo con el delantero y lo acabó derribando -por fortuna para él, esta temporada esas acciones ya no se castigan con penalti y expulsión- para cometer una clara pena máxima. El propio Molina, a los nueve minutos, ponía el 2-0 en el electrónico desde los once metros. A partir de ahí, el equipo dirigido por De Biasi fue la nada más absoluta hasta el descanso. Después del mismo, con cambios de jugadores y de sistema, la tímida reacción se quedó en un simple amago porque el Getafe, por mediación de Ángel, se encargó de cortarlo de inmediato con dos nuevos goles en el tramo inicial del segundo acto. Un 4-0 que dio paso a una descomposición alavesista desmesurada y solo mitigada por un rival que, claramente, levantó el pie del acelerador cuando vio el partido resuelto.

oportunidad perdida Más allá de la derrota, lo peor de todo fue la sensación de que ayer se dejó pasar una oportunidad de oro sin ni siquiera competir. Perder entra dentro de los parámetros asumibles, pero lo que no se puede permitir es pasar por los partidos sin ni siquiera dar la cara y plantar oposición a sus rivales. Y, precisamente, eso es lo que ocurrió ayer ante un Getafe al que le sobró con un arranque de partido al tope de sus revoluciones para echar por tierra el sueño que tenían los vitorianos de pasar el fin de semana fuera de la zona de descenso. Un objetivo que va a ser complicado si se repiten de nuevo episodios como el de ayer.