vitoria - Primero fue José Bordalás y después Manu García. Cada uno a su forma y en contextos diferentes acuñaron en su día una de esas frases típicas del mundo del cine en las que un soldado escocés o un general romano soliviantan a sus incrédulos ejércitos antes del fragor de la batalla. “Cuando ya no podáis más, levantad la cara y mirad a la grada. ¡Esos empujan!”, espetó hace unas semanas el capitán albiazul tras el último partido de liga ante el Celta en Mendi. Micrófono en mano y ante un estadio abarrotado y entregado, el vitoriano rindió en nombre de toda la plantilla y cuerpo técnico el merecido homenaje que el alavesismo se merecía después de tanto a cambio de tan poco. “El día que las cosas vayan mal no olvidéis de dónde venimos”, abundó el gran capitán a la grada con esa soflama de líder natural.
Ayer en Vitoria, en las horas previas a la final de Copa, el homenaje recorrió el camino inverso, ya que fueron los propios aficionados quienes agradecieron una vez más a sus jugadores el “regalo” de una final de Copa. Ese gesto tuvo lugar a media tarde, en el exterior del Gran Hotel Lakua, donde Mauricio Pellegrino concentró a sus jugadores para cenar antes de volar a Madrid desde Foronda en vuelo chárter. Horas antes, en cambio, el calor del alavesismo ya se había dejado notar en Ibaia, donde el equipo llevó a cabo su última sesión de trabajo y donde los jugadores se encontraron nada más salir del vestuario con un serial de pancartas cargadas de gratitud. “No sois más, pero tampoco menos”, rezaba una de ellas. “Del barro a la gloria nos llevaréis”, vaticinaba otra. Pancartas clandestinas convertidas únicamente en un aperitivo de lo que más tarde se encontraría la plantilla en el exterior del hotel.
Ya mucho antes de la hora pactada para despedir al equipo, las siete y media de la tarde, cientos de aficionados aguardaban con paciencia la llegada del autobús. Los más precavidos, provistos de chubasqueros y paraguas; el resto, a puro pelo, empapándose de arriba abajo tras el diluvio que cayó poco después. Pero ayer no era el día de lamentos ni frustraciones. “Si hoy está cayendo esta es porque mañana va a ser un gran día”, advertía un aficionado parapetado tras las vallas de seguridad. No muy lejos de él otro albiazul que estaba acompañado de su hijo, que vestía la zamarra del Barça, confiaba en poder chocar la mano con Deyverson o Toquero, algo que finalmente no pudo ser debido a la fugacidad con la que se produjo la llegada del autobús y su posterior entrada en el hotel. Solo Deyverson, como es costumbre, se mostró el más cercano a la gente, fotografiándose con todos los que pudo mientras le dejó la lluvia. Para entonces, los bombos de Iraultza 1921 hacía tiempo que habían roto a sudar, al igual que el basto repertorio de temas que a buen seguro hoy sonarán en el Calderón.
“hacedlo por ellos” Fue la de ayer, en definitiva, una despedida pasada por agua pero con sabor a victoria. Un hasta luego cargado de simbolismo y nostalgia y un clamor como pocas veces se había visto del alavesismo más sincero. Quizá por eso, el mensaje de los hijos de Dortmund quedó claro. “Hacedlo por ellos”. Por la Paca, por Donato, por José Luis Compañón, Compa, por la General, por Hilario Dorao, por Salamanca y Valdano, por Primi y Gorospe, por Asun, por Karmona y Desio, por Pablo y Sívori, por Serrano y Codina, por Tinoko, Biota y Lerún, por Juan Arregui, por aquellos play off en Tarragona o Toledo, por los que sufrieron y se partieron la cara en Jaén, por Txutxi Aranguren, por Mané y Ondarru, por Gonzalo Antón y el Bala Rodríguez, por Téllez y Moreno, por Natxo González, por el alavesismo, por El Glorioso...