vitoria - Algo se murió en el Barcelona cuando Xavi Hernández anunció su marcha en mayo de 2015. Abanderado de ese fútbol de toque prácticamente extinguido y que alcanzó la excelencia en la dorada etapa de Pep Guardiola, el de Tarrasa tenía a su lado al socio perfecto para conformar el centro del campo más exquisito que jamás ha dispuesto el conjunto catalán en toda su historia. No era otro que Andrés Iniesta, ese virtuoso capaz de retener el balón en las circunstancias más adversas, volver loco al rival de turno con sus célebres slalom y aplicar cloroformo a cualquier partido.
Nadie duda de que una idéntica sensación de orfandad quedará en el aficionado culé cuando el mago nacido en Fuentealbilla deje de vestir la elástica blaugrana en un futuro no muy lejano. A sus 33 primaveras y con contrato en vigor hasta junio de 2018 en el Camp Nou, Iniesta duda en estos instantes sobre los pasos a seguir en la recta final de su laureada trayectoria. Se ha ganado con creces el derecho a decidir si prolonga su etapa en el club catalán, al que podría seguir ligado una vez cuelgue las botas como técnico de La Masía, o afrontar alguna aventura exótica, tal y como han hecho otros futbolistas de prestigio en busca de una especie de retiro dorado.
Los años no pasan en balde para nadie y los frágiles músculos de Iniesta, cada vez más propensos a romperse, comienzan a sufrir en sus carnes el desgaste de una carrera agotadora y bañada de éxitos tanto con su actual equipo como con la selección española. Entre otros títulos, le adornan 8 Ligas, 4 Champions, 2 Eurocopas y 1 Mundial, aunque más importante que todo ello es el respeto y la admiración no solo de los compañeros y rivales de profesión, sino también de todos los rincones del mundo. Algo que es muy difícil de lograr en un mundo de millonarios.
El interior del Barcelona no sólo es un futbolista grandioso que viene desplegando desde tiempos inmemoriales su magia con el balón pegado a los pies, sino también un tipo sencillo, humilde y alejado de cualquier clase de divismo. Le ayuda sobremanera el hecho de que no se haga peinados estrambóticos ni lleve tatuajes en su cuerpo como otros, lo que engrandece más si cabe su figura a ojos incluso de los adversarios más acérrimos. Hasta en dos estadios tradicionalmente hostiles para el barcelonismo como Cornellá-El Prat -su gesto hacia el malogrado Dani Jarque en Sudáfrica tras el gol más importante de su historia conmovió a todo el mundo- o el Bernabéu se le venera y despierta pasiones. Salvo en San Mamés, no hay campo en España donde no se le rinda pleitesía cada vez que enfila el camino hacia el banquillo.
una campaña tormentosa Sin embargo, en el entorno culé ya anida la sensación de que está ofreciendo los últimos trucos de su repertorio en un final de carrera que se intuye próximo para desgracia de los amantes de la lírica. Esta temporada se ha perdido numerosos partidos y carecido del protagonismo que desearían todos los barcelonistas. Entre aquella durísima entrada de Enzo Pérez en Mestalla que pudo destrozarle la rodilla y su conocida querencia a las lesiones musculares, Iniesta no ha podido gozar de continuidad. Cuando ha estado en perfectas condiciones físicas, también ha sorprendido el excesivo conservadurismo de Luis Enrique a la hora de dosificarle, ya que tan solo ha participado en 23 partidos ligueras. Doce futbolistas han jugado más que él en el torneo doméstico recién finalizado, un dato que sorprende a propios y extraños.
Existe una unanimidad generalizada a la hora de señalar que uno de los puestos que el Barcelona necesita reforzar de forma urgente de cara al ejercicio venidero es precisamente el suyo para acelerar un relevo generacional evidente. Ley de vida para un futbolista único e irrepetible. Sin estridencias o con ese corte de pelo rasurado tan habitual, la época más gloriosa del club blaugrana no se habría entendido jamás sin la clase desbordante y los toques sutiles de Andrés. Perdón, don Andrés.