Vitoria - Como si existiese una justicia divina que decidiese el porvenir del fútbol, el destino parece haberse empeñado en devolverle al Deportivo Alavés con alegrías todos los sufrimientos que le obligó a padecer hace no tanto tiempo. La masa albiazul, que durante unos años no tan lejanos se hartó de tragar quina, lleva un tiempo degustando ese elixir de la victoria que conduce a un estado de levitación permanente. Como propulsado por una poderosa ola, bien diferente al viento contrario que durante tanto tiempo frenó el avance de la nave vitoriano, El Glorioso surca el planeta fútbol protagonizando una hazaña detrás de otra. Su ascenso de 2013, su milagrosa salvación de 2014, el retorno a Primera de 2016... Cuando parecía imposible que este club se superase a sí mismo, ayer lo volvió a conseguir. La evidencia de que el fútbol, en gran parte, es un estado de ánimo. Cuando las cosas fueron mal, empeoraron. Ahora que van bien, no hacen más que mejorar. Tanto como para que estos jugadores y técnicos hayan entrado por la puerta grande en la categoría de leyendas de una entidad que, a sus 96 años, vivirá la primera final de Copa del Rey de su historia. Y si llegar hasta ahí ya es maravilloso, ganar supondría superar el más impactante de todos los sueños. Tiempo habrá de hablar, discutir y especular, pero este Alavés se ha ganado con hechos la confianza de todos los que le rodean. El 27 de mayo, todo el alavesismo dirá que su Glorioso puede ser campeón.
Ninguno de los dos entrenadores rompió las previsiones y los argentinos al frente de Alavés y Celta optaron por el que consideran su once ideal, repitiendo de inicio los mismos veintidós jugadores que ya arrancaron el encuentro en Balaídos. En el lado albiazul estaba claro, ya que Pellegrino había rotado a su equipo casi al completo el Gijón -solo actuaron de inicio Pacheco y Feddal, mientras que Deyverson y Manu García tuvieron unos pocos minutos al final-, y más aún en el gallego, después de haber descansado los de Berizzo desde el pasado jueves por la suspensión de su duelo con el Real Madrid.
equilibrio y miedo Si esperado era el once, no menos previsible era la furibunda puesta en escena de un Glorioso que no podía ser menos que su entregada afición. Otra cosa no se le pide a este equipo, pero el esfuerzo va en el escudo y los colores de la camiseta. Por eso, en un ambiente tremendamente caldeado, la frialdad estaba completamente fuera de lugar. Era un partido pasional, para jugar con el corazón. Y así lo entendió un equipo que salió a atropellar al Celta en los primeros minutos.
El cuadro gallego supo resistir ese primer empujón y aplicó la receta de la calma. Posesión, circulación y búsqueda de la figura de Aspas. El gran peligro visitante puso un nudo en la garganta del alavesismo por primera vez a los diez minutos, pero ahí estaba su némesis Pacheco para sacar de nuevo una de esas manos salvadoras que acostumbra a regalar en cada partido.
El susto le metió el miedo en el cuerpo a unos albiazules que cometieron errores de coordinación inusitados en las inmediaciones del área propia. El Celta se sentía cómodo y amenazaba, mientras que el Alavés se equivocaba demasiado en zonas en las que el riesgo era máximo. Eso sí, el siguiente aviso lo daba Ibai con una falta que se fue por muy poco por encima del larguero.
El bilbaíno y Aspas se convirtieron en los particulares pistoleros de cada contendiente en ese primer tramo del partido. A la ocasión inicial del gallego respondió el extremo albiazul con dos disparos desviados. Y a este par de oportunidades locales le siguió una nueva del Príncipe de las bateas, que también mandó el balón fuera por muy poco en un nuevo fallo de la zaga local.
Tras ese intercambio de golpes sin daño físico pero que psicológicamente fue un serio aviso para ambos equipos, el choque comenzó a emborronarse. Faltas, protestas, las constantes apariciones en papel estelar de un Mateu Lahoz que no es capaz de pasar desapercibido -sus peroratas a cada uno que se le cruza por delante son parte imprescindible de ese peculiar estilo-, errores con el balón... El juego se volvió discontinuo, quedando el ritmo roto por completo y el juego sumido en el centrocampismo. Con la igualdad en lugar de presidencia se alcanzó el cuarto de hora de receso.
decisivo edgar Arrancó el segundo acto con idénticos protagonistas y con el mismo guión con el que se inició la primera. Es decir, con el Alavés protagonizando un nuevo arreón de inicio para tratar de ponerse en situación ventajosa. En la primera acción a balón parado en la que Ibai ejecutó bien el servicio, Feddal disfrutó de la ocasión inicial. Había que tratar de sacar mucho más rendimiento de una especialidad en la que el cuadro vitoriano se maneja muy bien y que es fuente constante de sufrimiento para los de Berizzo.
Y le tocaba padecer al Celta, abrumado de nuevo por una arrancada furiosa para la que esta vez no encontraba ese antídoto llamado Aspas. Se encadenaban tres saques de esquina, el balón no entrada por casualidad, no se paraba de empujar... Un Glorioso del todo reconocible, el lo bueno y en lo malo. Y que comenzaba a sumir muchísimos riesgos, como bien se encargó de evidenciar el cuadro visitante en una contra en la que Wass falló de manera inexplicable antes de que el colegiado dictase que estaba en situación de fuera de juego. Las piernas volvían a temblar, pero este equipo tiene la capacidad de no rendirse nunca. Y volvió a la carga, con Ibai probando los fenomenales reflejos de Sergio Álvarez en un disparo desde la frontal. Y de seguido Deyverson en un disparo alto. Arreones de furia que los celestes trataban de combatir aplicando cada vez más pausa a su juego y tratando de desbaratar las embestidas a base de posesión y circulación. La segunda parte era propiedad de un solo equipo, pero el Alavés se volvía a estrellar de manera permanente con esos problemas que le vienen acompañando durante todo el curso cuando se interna en el área rival. En ocasiones Sergio Álvarez y en otras esa especie de muro invisible que parece proteger las porterías de muchos de sus rivales. Esa conjunción hacía sobrevivir al Celta como a tantos otros antes.
Se agotaba el tiempo reglamentario cuando Pellegrino se decidió a dar refresco a un Toquero asfixiado por el esfuerzo. Como es costumbre, Edgar fue el primer relevo. Ingresaba en el verde en el minuto 79 y en apenas tres más, en el 82, entraba por la puerta grande en la historia de héroes del alavesismo. Si otras veces el tinerfeño se había enredado delante de los porteros para marrar de manera inexplicable, anoche sacó a relucir potencia y calidad para una ejecución perfecta. Peinada de Camarasa, internada del extremo entre los centrales y balón cruzado con la zurda al que Sergio Álvarez no pudo responder.
Quedaban ocho minutos de juego y después más de seis de añadido. Una agonía insoportable. Resistir a cualquier precio. Era tan grande el premio que había que dejarlo todo. Una final. La segunda. Solo falta ganarla para que este equipo sea legendario.
1-0, minuto 82: Edgar. Balón peinado por Camarasa hacia la internada del tinerfeño por el centro, Edgar se abre espacio entre los defensas y saca un difícil remate cruzado con la zurda al que no llega Sergio Álvarez.
Amonestó a Aspas (minuto 39), Feddal (minuto 39) y Marcelo Díaz (minuto 53).
No se puede tener una irrupción mejor en un partido que la que ayer protagonizó el extremo tinerfeño, nuevo héroe del alavesismo. Como suele ser costumbre, fue el elegido como primer relevo de Pellegrino, entrando por Toquero en el minuto 79. Apenas tres después, en el 82, firmó una jugada magistral que culminó con el gol que sería decisivo.
A por todas. El Alavés comenzó mandando, pero sufrió tras un par de buenas ocasiones de Aspas que le metieron el miedo en el cuerpo. Pese a que un gol en contra hubiese sido decisivo, los albiazules se fueron a por todas tras el descanso y, tras desperdiciar muchas ocasiones, el fútbol acabó premiando al conjunto vitoriano con el gol de Edgar.
Segunda final. Esta versión del Alavés entra en la historia por haber conseguido la clasificación para la primera final de la Copa del Rey de su historia. Será la segunda ocasión en la que ‘El Glorioso’ aspira a un título tras disputar y perder la final de la Copa de la UEFA de 2001.
La consagración. El Alavés repitió de nuevo una de sus mejores versiones para acabar atropellando a un Celta que se echó en brazos de Aspas para tratar de sobrevivir. Las opciones del punta fueron prácticamente las únicas de los visitantes ante la catarata ofensiva local, sobre todo en una segunda parte sobresaliente. El gol de Edgar hizo justicia y su Alavés peleará por el título copero.