Vitoria - “Estamos en el baile, bailemos”. La afirmación que soltó Mauricio Pellegrino refiriéndose a la Copa del Rey ha sido tomada como lema del alavesismo de cara a uno de los partidos más importantes en la larga historia de El Glorioso. El conjunto albiazul está a solo un escalón de clasificarse por primera vez para la final de la Copa del Rey. El duelo de esta noche contra el Celta supone un último baile para que este equipo entre por la puerta grande en la historia. Un día para olvidarse de todo y pensar solo en ganar. Una noche para que el alavesismo, de nuevo, entre en éxtasis. Una jornada que tiene que ser recordada durante muchos años. Y es que, apelando al maestro Joan Manuel Serrat, hoy puede ser un gran día.
El Alavés se encuentra en la antesala de un premio completamente inesperado. En su temporada de regreso a Primera División, el objetivo ineludible marcado por el club era la permanencia. Gran parte de ese trayecto hacia la meta de la salvación ya se ha recorrido y la prioridad está cercana a alcanzarse. Por el camino, la Copa se tomó en un primer momento como la opción de que los futbolistas menos habituales disfrutasen de partidos oficiales de competición. Y así fueron pasando las primeras rondas hasta alcanzar unas semifinales históricas, las quintas de la entidad en sus 96 años de historia. Una vez plantado en la antesala de la final, club, técnicos, jugadores y aficionados tuvieron claro que la oportunidad no se podía dejar escapar. No se juega por un título todos los años y menos un Glorioso que a su avanzada edad solo ha disputado una final.
El preparador argentino, al que hay que alabarle la gestión de la temporada, apostó decididamente por su equipo de gala en la visita a Vigo para conseguir que la eliminatoria se mantuviese viva de cara a la vuelta. Y con un 0-0 que deja sensaciones encontradas, no hay duda que la semifinal se resolverá ineludiblemente en Mendizorroza. La ventaja para el Alavés será contar con el respaldo de una afición que propiciará uno de los ambientes más excepcionales que se recuerdan. El inconveniente, que la victoria es una obligación para los albiazules para clasificarse y que el único empate que les vale es el 0-0 de la ida, que llevaría la serie primero a la prórroga y, de mantenerse el marcador inalterado, hasta los penaltis.
Esa necesidad de victoria obliga a los vitorianos a marcar, su principal debe a lo largo del presente curso. Eso sí, noventa minutos son muy largos y tampoco se puede caer en el error de arriesgar gratuitamente. Tiempo hay de sobra para conseguir un tanto, mientras que el mal de encajar uno sería prácticamente definitivo -o no, que nunca se sabe en estos partidos- por esa ventaja que se le concede al que consigue una diana como visitante.
En sus dos duelos precedentes, lo que ha evidenciado el equipo de Pellegrino es que no está excesivamente lejos del Celta. Cierto es que los de Eduardo Berizzo se impusieron en Liga, pero el gol del 1-0 llegó en el minuto 90 y después de que los vitorianos hubiesen jugado en inferioridad numérica durante toda la segunda parte sin mostrarse inferiores a su rival. El último recuerdo, de la semana pasada, deja a un Glorioso que fue superior durante aproximadamente una hora y que sufrió muchísimo en los últimos minutos para dejar su portería a cero.
A esas buenas sensaciones se agarra un Alavés que ya ha demostrado que no es menos que su rival y que contará con el apoyo de una afición entregada y esa ilusión especial que tienen los equipos que saben que se encuentran a las puertas de hacer historia. Pocos son los que han estado en alguna final a lo largo de su carrera y muchos de los jugadores de la actual plantilla quizá nunca vuelvan a encontrarse en una situación similar. Y quién sabe cuándo puede este club tener la opción de plantarse de nuevo en una gran final, ya que todo su historial en 96 años se reduce a la de la Copa de la UEFA de 2001. Por eso, todo el alavesismo unido, del primer al último, empujará para hacer realidad el sueño de la primera final de Copa de la entidad vitoriana.