Vitoria - Para el Deportivo Alavés, los partidos en Mendizorroza se han convertido en un auténtico calvario que ha provocado una sangría de puntos perdidos que podían haber asegurado la calma durante muchos meses y que ahora sitúan al equipo de Mauricio Pellegrino en una situación de inestabilidad permanente. Ante el Espanyol, El Glorioso volvió a refrendar que tiene problemas gravísimos ante equipos bien ordenados y que le cierran los espacios, que se dedican a parapetarse a la perfección y buscar alguna ocasión a la contra. No es de extrañar, así, que el cuadro albiazul se quedase de nuevo sin marcar. Con guiones semejantes al de ayer, tanto Sporting como Deportivo ya habían conseguido echar el candado a su portería al igual que hizo un Diego López que ni siquiera sufrió. Y es que, peor aún que esa nula eficacia cuando se pisa el área rival es la sensación que transmitió ayer el equipo de no ser capaz de tocar a rebato e irse con todo al ataque. El atasco en Mendizorroza es una evidencia que hay que subsanar cuanto antes, ya que no siempre va a poder mantenerse la calma con un rendimiento a domicilio hasta ahora notable pero que, en buena lógica, comenzará a decrecer tarde o temprano.

Con el de ayer, ya son tres los encuentros que acumula el Alavés sin marcar como local. Solo ha conseguido cinco dianas en seis encuentros, aunque cabe recordar que tres de ellas se lograron contra el Granada. A nadie puede sorprender que precisamente ante los nazaríes llegara la única victoria en el estadio del Paseo de Cervantes, ya que en la etapa de Paco Jémez la defensa de los andaluces era de verbena. En cuanto aparecen seriedad y orden, los albiazules se chocan contra un muro indestructible.

Esa historia la tenía muy clara Quique Sánchez Flores, que cerró los espacios para que su equipo apenas sufriese. Los alavesistas lo buscaron por las bandas con la secuencia de abrir desde el centro al costado para que el balón regresase de nuevo al área. Y ahí llegó la mejor ocasión en la cabeza de Deyverson, pero su remate fue muy flojo. El resto de oportunidades, mayoritariamente a balón parado, donde tampoco apareció el acierto.

Dejando al margen ese estilo de juego, el Alavés se queda en prácticamente nada. Por el centro todo se basa en Deyverson y Camarasa, pero las palizas que se tienen que pegar cada día estos dos jugadores les restan frescura. Así, cuando las bandas decaen o están grises, en el horizonte aparece el desierto más absoluto. Para colmo, lo de la inutilidad de los cambios comienza a ser ya más preocupante que llamativo. No hubo ni llamada a la heroica porque ni se intentó buscarla.