vitoria - Diciembre de 2011. Gregorio Manzano acababa de ser relegado como técnico del Atlético de Madrid tras la prematura eliminación en la Copa del Rey ante un Albacete de Segunda División B y un décimo puesto en Liga que sabía a muy poco, sobre todo por las sensaciones que el equipo ofrecía. El histórico Luis Aragonés o Rafa Benítez eran los nombres que más sonaban para tomar el relevo en el banquillo. Sin embargo, llegó un viejo conocido llamado Diego Simeone, para disgusto de la mayoría de la afición colchonera que le adoraba como jugador pero no confiaba en un técnico sin apenas experiencia que, al igual que es su etapa sobre el césped, se ha convertido en el alma del Atleti.

El Cholo, como es conocido debido a compartir apellido y entrega futbolística con Carmelo Cholo Simeone, no parecía poseer la experiencia y conocimientos tácticos de los dos gurús españoles ya mencionados. La pasión y sintonía con la afición colchonera que dejó en su etapa como jugador -de 1994 a 1997 y de 2003 a 2005- parecían armas insuficientes para un club que, salvo la Europa League y la posterior Supercopa de Europa de 2010, llevaba desde 1996 sin visitar la madrileña fuente dedicada al dios Neptuno. Pero, contra todo pronóstico, el que fuera carismático jugador del histórico doblete rojiblanco del 96 dejó desde el primer día su impronta de entrenador, basada en el esfuerzo y el sacrificio. Las mismas virtudes que tenía como futbolista. Todo un soplo de aire fresco para una organización asfixiada debido a los continuos acosos de los aficionados hacia la directiva, que para colmo había perdido su sitio como tercer equipo español. Ese mismo año comenzó la revancha de los indios por recuperar su sitio en el podio nacional, empezando por la Europa League y la Supercopa revalidadas ese primer año del Cholo en el banquillo rojiblanco. El resto es historia. Una Copa del Rey en 2013, que además sirvió para romper 14 años sin ganar al Real Madrid, la posterior Liga ganada in extremis frente al Barcelona un año después, y sobre todo, las dos finales de la Champions, por más que fueran derrotas, han acabado por dotarle a Simeone de una personalidad y caché que solo los grandes técnicos mundiales poseen. Porque con el argentino los resultados no son lo importante, sino la forma en la que estos se obtienen. Gota a gota. Esfuerzo a esfuerzo. Partido a partido. El primer y casi único mandamiento de la filosofía cholista, que a día de hoy se escucha y se reproduce hasta rozar la extenuación. Una filosofía que han adorado todos sus jugadores y que hace de los rojiblancos un rival temible por su capacidad para no relajarse ante ninguna escuadra.

A los mandos del Atlético, Simeone también ha sufrido momentos difíciles, quizás el más crítico de ellos haya sido este verano. Estuvo muy cerca de dejar el club debido a su abatimiento por dejar escapar la Orejona en los penaltis, para terror de afición y jugadores. Finalmente continuará como mínimo un año más -aunque tiene contrato hasta 2020- y está por ver si mantiene el mismo fuego competitivo de siempre, que hace a los colchoneros tan temibles incluso ante rivales a priori inferiores como este Deportivo Alavés. Enfrente tendrá a su compatriota Mauricio Pellegrino, que en su día comparó al Atlético del Cholo con el Valencia de Héctor Cúper, para el que jugó El Flaco. La relación entre argentinos es notablemente cercana, y Simeone ya dedicó un deportivo gesto a su compañero de profesión cuando protestó por la expulsión de éste en un Atlético-Valencia. Precisamente, la rudeza con la que trata al cuerpo arbitral y ciertas actitudes de carácter antideportivo han sido la mayor lacra de Simeone como técnico, algo que heredó de su periplo como jugador. Son los efectos secundarios de una mentalidad insaciable hasta el extremo. Una mentalidad ganadora que tendrán que superar los jugadores del Deportivo Alavés si quieren puntuar en el Vicente Calderón.