vitoria - Vestuario local de Mendizorroza. Domingo 29 de mayo. 19.50 horas. No entra un alfiler en las gradas y tampoco hay en la charla previa al partido por parte de Bordalás mención alguna a los ajustes defensivos, las jugadas de estrategia o los posicionamientos zonales. Ni tampoco a las zonas de presión o las caídas a banda. En los instantes previos al decisivo duelo contra el Numancia, donde el Alavés se jugaba el ascenso a Primera División, no encontró el técnico alicantino mejor modo de enchufar a sus jugadores que tocando la fibra, apelando al orgullo por el escudo y la emoción del momento. Consciente por su experiencia en este tipo de compromisos de lo valdíos que pueden llegar a ser las órdenes que buscan encorsetar la pasión en detrimento de los rigores tácticos y técnicos, el entrenador del Alavés se dejó llevar. Asumió que en ese preciso instante y en ese mismo vestuario donde se había cocinado el éxito de la temporada, debía contagiarse de la euforia colectiva que durante tantas semanas había tratado de mantener a raya, al menos públicamente. Así que dio rienda suelta a su capacidad dialéctica, tocó las teclas del corazón adecuadas y lanzó una emotiva arenga de apenas un minuto que sentó las bases de lo que más tarde ocurriría en el terreno de juego.

De nuevo la emoción al servicio de la causa. La pasión como elemento fundamental en la consecución de logros colectivos. El liderazgo construido y compartido siempre a partir de la unión, igual que en su día hicieran Pep Guardiola en los instantes previos a la final de la Champios de 2009 ante el Manchester United, el Cholo Simeone tras ganar la Liga con el Atlético en el Nou Camp, o el peculiar Marcelo Bielsa en sus diferentes etapas en el Athletic y el Olimpique de Marsella. Célebre fue en el club francés la charla que le lanzó a una joven promesa del equipo marsellés: “Vos serás uno de los mejores marcadores del mundo, pero no hay ninguna seguridad de que lo vaya ser. Tú debes estar seguro”. En una escala similar desde lo emotivo se movió Bordalás el domingo, cuando al filo de las ocho de la tarde, con las gradas de Mendizorroza conteniendo el aliento de sus casi 20.000 espectadores, advirtió a sus muchachos que había llegado “el momento de la verdad”, el decisivo y el esperado por toda una ciudad que hacía ya una década no degustaba las mieles del mejor fútbol del mundo. Demasiado tiempo como para dejar pasar la oportunidad. “Son momentos que llegan muy poco, muy pocas veces en la carrera de un futbolista”, acertaba a decir Bordalás, cuya entonación ganaba enteros hasta que explotó con su profética “Hoy es nuestro día y lo vamos a conseguir, muchachos. Vamos a ascender a Primera División”. El resto ya forma parte de la historia.