vitoria - Y la afición explotó. Al filo de las diez de la noche, con el estadio engalanado como en las grandes noches, el equipo dando otra muestra más, la enésima esta temporada, de corazón y empuje, y todos los astros alineados como era menester, el alavesismo estalló de alegría. Como hacía tiempo que no se recordaba en una Vitoria demasiado aletargada en lo futbolístico y temerosa en las últimas semanas de poder perder el tren de la gloria, el de la ansiada Primera División, al que al igual que hace 18 años -qué tarde aquella la del 3 de mayo ante el Rayo Vallecano con los goles de Serrano y Sívori-, ayer regresó por justicia y méritos propios el Deportivo Alavés. Más Glorioso que nunca. Henchido de orgullo por la gesta conseguida y el respaldo extraordinario de su increíble afición, hace ya tiempo más número 12 que nunca y verdadero pulmón de un equipo que por momentos a punto estuvo de descolgarse del gran premio de no haber sido por el aliento de su hinchada. Por eso ayer, las lágrimas de unos y otros eran sinceras. Llenas de orgullo y verdad. Lágrimas de felicidad por lo que a partir de ahora se le viene al equipo y la ciudad. Lágrimas por haber resurgido potente otra vez y por “haber devuelto la ilusión” a la grada, como justificaban a este periódico varios aficionados consultados tras el ascenso. No muy lejos de allí, otros tantos lloraban de emoción y gratitud por el “sacrificio, la constancia y profesionalidad y el trabajo desempeñados”, mientras que los más sentidos, además de recordar a los que en su día no pudieron conseguir la meta, agradecían al equipo no haber perdido nunca la fe y sí en cambio mantener la esencia del Alavés. “Gracias por llevar el sentimiento albiazul por todos los campos de Segunda y sobre todo por llenar de esperanza e ilusión Mendizorroza y Álava”, celebraba con emoción contenida una aficionada.