Vitoria - El Deportivo Alavés corre el riesgo de morir desangrado sin que dé la sensación de que pueda hacer algo para remediar la pérdida gota a gota del fluido vital que necesita para mantener vivas sus opciones de ascenso. Cada jornada que pasa, mayor es la sensación de que el sino de este equipo es morir en la orilla después de haberse pasado toda la temporada nadando contra la corriente y manteniendo la cabeza fuera del agua para conseguir el oxígeno que ahora ya no le llega ni a piernas ni a cerebro. Cada día es más El Glorioso un equipo que vive de su corazón y de su inquebrantable fe, ya que sus argumentos futbolísticos palidecen con el correr del curso. No es que nunca haya ido sobrado de los mismos, pero en el actual tramo de competición sus carencias se están haciendo alarmantemente evidentes. Y esos graves puntos negros que le han impedido alcanzar el esprint definitivo en una situación mucho más holgada amenazan con ser los que acaben echando por tierra sus opciones de ascenso directo.

En su mejor fase de la temporada, este Alavés dominaba los partidos a placer, sufría muy poco en defensa y era capaz de sacar el máximo rendimiento de sus ocasiones. Todo ello a base de maximizar sus virtudes, que no son sobradas. La velocidad de Femenía, la calidad técnica de Pacheco, la capacidad rematadora de Toquero, las apariciones de Juli, el poderío a balón parado, los desdoblamientos de sus laterales... No eran muchos los recursos, pero el equipo sabía explotarlos a la perfección y así logró muchas de sus victorias en los días felices.

Ahora las sombras se ciernen de manera cada vez más evidente sobre un equipo al que se le han apagado las luces al no haber sido capaz de encontrar alternativa alguna. Las carencias en la confección de la plantilla son una de las razones. Por ejemplo, Femenía ayer tuvo que jugar de lateral y así se pierde su velocidad en el extremo. Y, de nuevo, se evidenció que la confianza de Bordalás en los jugadores ajenos al núcleo duro es inexistente, ya que solo hizo un cambio. El Alavés se ha atascado en el peor momento, pero seguro que le queda todavía un ramalazo de casta. Y a él hay que aferrarse.