Vitoria - Se queja el Deportivo Alavés de la existencia desde el comienzo de la temporada de una suerte de confabulación arbitral para penalizarle, o al menos medirle, con diferente rasero respecto al resto de equipos en Segunda. Y vienen denunciando esta situación desde entonces con mayor o menor vehemencia los propios jugadores, el cuerpo técnico y, en una única ocasión, el club, que a través de un comunicado oficial mostró su malestar ante el Comité de Árbitros tras el partido en Palamós contra la Llagostera, donde la actuación del árbitro de turno dejó al Glorioso con nueve tras las expulsiones de Carpio y Manu García. “El partido ha estado claramente condicionado por el arbitraje”, lamentó el comunicado de la entidad en uno de sus puntos. Visto lo visto desde aquel 7 de septiembre, el golpe en la mesa protagonizado por el presidente Fernández de Trocóniz parece no haber tenido el efecto esperado, ni tan siquiera a pesar de llevar el matasellos oficial de la entidad. Porque lejos de calmarse las aguas, al equipo se le sigue ninguneando, mirando con excesivo celo y tratando con desigual rasero, denuncian sin ningún rubor los protagonistas afectados.

En este punto los errores arbitrales continúan siendo una dolorosa constante para el equipo de José Bordalás, que en varias ocasiones este curso se ha personado como la voz principal del alavesismo contra la presunta afrenta. El penúltimo episodio en este sentido lo vivió el alicantino en Butarque hace tres jornadas frente al Leganés donde, según su criterio, el arbitraje condicionó el resultado. Al “exigimos que se nos respete” de Bordalás le sucedió un no menos contundente “ya estará contenta mucha gente” que espetó Sergio Mora, con lo que el caldo de cultivo entre la afición no tardó en subir entonces varios grados de temperatura hasta instalar en el subconsciente del alavesismo la idea de la persecución, que con hechos como los del pasado domingo en El Sadar no hacen sino confirmar a la grada el sospechoso tufo que están empezando a tener los arbitrajes para con el equipo, especialmente cuando juega como visitante.

Bordalás, harto Quizá cansado ya de tener que partirse la cara por este tema en cada rueda de prensa, Bordalás decidió el domingo tras el derbi no volver a elevar la voz al respecto para evitar caer en las “excusas”. Se le preguntó entonces si agradecería un gesto público por parte del club en favor de la causa, algo que, al parecer, tampoco le generó una excesiva ilusión. “El club hará lo que crea oportuno”, zanjó este asunto con aire de impotencia.

En este escenario de vacío de autoridad ante lo que el alavesismo ha denunciado como una injusticia, la única voz dispuesta y con autoridad moral necesaria para salir al paso parece ser la de Manu García, el gran capitán, cuyas palabras, siempre medidas y estratégicamente calculadas, nunca caen en saco roto. Por eso el domingo, nada más terminar el partido ante Osasuna, su contundente “Se nos está faltando al respeto” no solo subió la moral de la tropa sino que reforzó la postura de Bordalás, públicamente ya harto de tener que justificar todas sus derrotas por la culpa de las decisiones arbitrales y privadamente insatisfecho ante la falta de contundencia por parte del club.

Consciente de esta delicada situación, el capitán parece haber entendido cuál va a ser su papel en lo que resta de temporada, y no ya solo en este asunto de la polémica arbitral, con la que el Alavés va a tener que aprender a convivir. Con la adrenalina por las nubes con este tema y los nervios a flor de piel -los del propio García los primeros-, se antoja asunto capital a partir de ahora que el vitoriano sepa tener la suficiente mano izquierda como para templar los ánimos de sus compañeros y, de paso, saber susurrar al colegiado de turno en favor de los intereses del Alavés, algo que ya en el pasado asumió el también vitoriano Pablo Gómez. Este parece ser el complicado reto de Manu García, acostumbrado por otra parte a jugar cada domingo dos partidos, el de su equipo y el suyo propio, donde se parte la cara con el árbitro y los rivales de turno, a los que normalmente termina por sacar de quicio hasta la amonestación o, en el mejor de los casos para su equipo, la expulsión. Es el otro fútbol, el que no se ve. Una opción del agrado de Bordalás.