Leganés - Dámaso Arcediano Monescillo. Algunos nacen con nombre y apellidos de árbitro. Aunque después demuestren que dichos atributos son los únicos que les adornan a la hora de ejercer semejante labor. En Córdoba aún se acuerdan bien del susodicho que ayer pasó a engrosar la lista de colegiados que esta temporada han zarandeado al Deportivo Alavés. Como poco, resulta bastante extraño que repitiese arbitraje al Leganés con apenas cuatro jornadas de diferencia -fue el cuarto partido del curso que les ha dirigido a los madrileños, además- con respecto a ese partido en el Nuevo Arcángel que acabó en escándalo, aunque entonces repartiendo errores, y tarjetas, a diestro y siniestro. Ayer lo del reparto fue de todo menos equitativo, viene siendo costumbre con El Glorioso mediante. El cupo de los penaltis, ya lo debió agotar el colegiado de Puertollano en ese citado partido en el que señaló tres penas máximas. De lo contrario, explicar lo de ayer se hace del todo imposible.
El enfado del alavesismo ayer no es cuestión puntual. Viene de lejos. Y eso es lo verdaderamente preocupante. En el “exigimos que se nos respete” de Bordalás o en el no menos contundente “ya estará contenta mucha gente” que espetó Sergio Mora ayer se esconde mucha tramoya. Fueron errores muy graves que se vienen a sumar a otros episodios anteriores similares.
Una de las quejas más repetidas es la que se refiere al diferente rasero con el que miden los árbitros al Alavés y a sus rivales. El ejemplo claro lo protagonizó ayer un Arcediano Monescillo que utilizó un reglamento diferente para castigar a madrileños y vitorianos. Que el cuadro albiazul se fuese con más tarjetas amarillas (seis por cuatro) que su rival y con un expulsado (Pelegrín) es de juzgado de guardia. De nuevo, una enorme diferencia de rasero. Y, para añadir, muchas infracciones claras del equipo local se quedaron ni siquiera sin penalizar.
Fue el caso de la acción que bien pudo marcar el resultado final, el penalti por derribo de Serantes sobre Abalo. Ni colegiado ni asistente vieron nada. O por lo menos hicieron como que no vieron nada. Un nuevo capítulo del desencuentro con el estamento arbitral.