Miranda de Ebro - Carlos Terrazas lo es todo en el Mirandés prácticamente desde su llegada y se ha encargado de implantar en Anduva su particular filosofía. Todos sus entrenamientos, y el de ayer no fue una excepción, son abiertos, pero solo desde el momento con el que concluye la habitual charla con la que da inicio a cada sesión. Es en este apartado donde el técnico vizcaíno se diferencia de la mayoría de sus colegas en los banquillos, ya que dedica al menos una hora cada día a impartir su discurso. En muchas ocasiones las charlas se llevan hasta más tiempo que el trabajo sobre el césped. Suele ocurrir en las sesiones que se realizan dos días antes de los partidos, cuando su equipo apenas hace trabajo sobre el césped y centra casi toda su labor en el ensayo de la estrategia.

Ayer tocaba sesión liviana en lo físico para los jugadores del Mirandés después de una charla que se extendió durante cerca de setenta minutos. A las puertas de Anduva aguardaba más de medio centenar de seguidores del equipo rojillo, que fueron accediendo al estadio al mismo tiempo que los jugadores saltaban al césped para comenzar con los estiramientos a las órdenes del preparador físico, el exjugador rojillo Iván Agustín, quien también militó en su día en las categorías inferiores del Alavés.

Terrazas, ataviado con chándal y un abrigo con capucha que le cubría la cabeza y le hacía prácticamente irreconocible en la distancia, seguía los primeros ejercicios de sus pupilos desde la distancia, dejando en manos de sus ayudantes la responsabilidad de ejercer de guías. Hasta que llegó el momento de ensayar las jugadas a balón parado, saques de esquina en esta ocasión, cuando descubrió su cabeza y comenzó a dictar sus mandatos. Desde el fondo del campo, justo al lado de la portería, el vizcaíno ordenaba y corregía a sus jugadores a voz en grito. Inapelable. Una y otra vez. Solicitando máxima concentración en cada movimiento y exigiendo al máximo a los defensas para evitar el error.