Vitoria - Una sola temporada, la 2003-04, pero de una intensidad arrolladora. No puede calificarse de otra manera el año que Pepe Mel pasó en el Deportivo Alavés, en los albores de lo que ahora es una brillante trayectoria como técnico después de haberse dedicado a golear como delantero. La decepción por no ascender a Primera, unas históricas semifinales de Copa, la enfermedad y fallecimiento del preparador físico Unai Elezcano, la anunciada salida de Gonzalo Antón a la conclusión de la temporada... No fueron pocas las emociones que le tocaron vivir al madrileño. Al frente de un Betis ahora al que puede conducir por segunda vez de regreso a Primera, Mel regresa mañana a Mendizorroza, donde dejó un regusto de “buena persona, alegre y trabajador” entre los que le trataron de cerca.
Con el descenso a Segunda División quedó finiquitada la etapa más brillante en la historia de El Glorioso, comandada siempre en el banquillo por Mané. Necesitaba Gonzalo Antón un relevo para el técnico de Balmaseda y Mel fue quien convenció al por entonces presidente. “Me gustaba lo que había hecho anteriormente y en una entrevista en Madrid me explicó cómo entendía el fútbol y el funcionamiento de un equipo y pensé que era el entrenador adecuado para ese instante y creo que acertamos. En ningún momento le movió el dinero. Vio un proyecto que estaba muy bien estructurado entonces. Habíamos bajado, pero él veía muy posible subir y apostó por estar en el Alavés antes que por el dinero. Tuvimos una terna de tres entrenadores y fiché al que más me convenció. Solo tuvimos la desgracia de no ascender”, explica Antón.
El entrenador llegó solo a Vitoria y fue un histórico del club como Alberto Garmendia quien acabó convirtiéndose en su ayudante y mano derecha. “Fue un compañero más que otra cosa. Te daba confianza y luego podías hablar con él de cualquier cosa. Era un entrenador que contaba contigo más allá del que te tiene para hacer recados o montar y desmontar el material en los entrenamientos”, recuerda quien fuera su segundo y entrenador de porteros y que también le acompañó después en el Rayo Vallecano.
Una de las figuras de aquel cuerpo técnico era el doctor Manu Goienetxea, que todavía recuerda cómo unió al grupo la enfermedad y fallecimiento de Unai Elezcano: “Fue un palo muy gordo para todos y Pepe lo pasó muy mal, pero todo eso fortaleció al grupo que formábamos los técnicos y nos unió todavía más. Creció la intimidad entre nosotros porque todos lo estábamos pasando muy mal. Incluso comenzamos a hacer más cenas”.
En el día a día, quien fuera su presidente no duda a la hora de calificar a Mel como “honesto, trabajador y muy comprometido”. Uno de esos entrenadores que dedican el día completo al fútbol. Desde lo más alto del club hasta lo más bajo. “Se pasaba el día metido en el club, viendo cosas diferentes y tratando de mejorar. Despachábamos normalmente un día a la semana y desde muy pronto te das cuenta de que es un hombre que vive para el fútbol. Estaba muy integrado en el club. Le gustaba ver a los equipos de la cantera para seguir a los jugadores y en todo momento estaba reunido con los técnicos de base o la secretaría técnica para ver por dónde se podía mejorar algo”, rememora.
Un estudioso del fútbol y también un técnico detallista al que le gustaba tener todo controlado al milímetro para facilitar la labor a su equipo. “Todos los días venía prontísimo porque le gustaba preparar todo con mucho mimo para que estuviese a su gusto y que los futbolistas lo tuviesen todo preparado para cuando llegasen. Después tenía una gran capacidad para transmitir al jugador lo que quería. Era muy expresivo, tenía facilidad de palabra y a la hora de comunicar se hacía entender con facilidad. Te repetía y recalcaba lo que quería hacer hasta que lo conseguía”, asegura Garmendia.
Uno de los integrantes de aquella plantilla era Edu Alonso, a quien le llamó la atención la capacidad de su por entonces entrenador para idear unos entrenamientos en los que el jugador se viese exigido a sacar lo mejor de sí mismo: “Me gustaba el día a día. Metía mucha intensidad a los entrenamientos y en ese sentido me sorprendió gratamente por la manera de prepararlo. El futbolista es egoísta y se cansa de lo mismo si los entrenamientos son muy rutinarios, pero en ese sentido nos apretaba y exigía mucho en el día a día”.
Esa enorme exigencia que les ponía a los jugadores era, en todo caso, inferior a la que el propio Pepe Mel se ponía a sí mismo. Así lo vio Agustín Abascal, delegado del equipo por aquel entonces. “Vivía el fútbol con mucha intensidad y mí me dejaba la sensación de que eso le generaba cierto nerviosismo. Estaba muy presionado porque al principio los resultados no fueron buenos, pero sobre todo estaba la presión que él mismo se ponía porque tenía un nivel de autoexigencia muy alto. No eran los nervios de quien no ha preparado algo, sino todo lo contrario porque se ponía mucha presión a sí mismo”, evoca Abascal.
Sobre el césped, Alonso recuerda que Mel no era un técnico de ideas inamovibles y que tras el mal inicio de curso comenzó a “retocar muchas cosas”. Por ejemplo, le llamó la atención el cambio de demarcación de algunos futbolistas, como un Quique de Lucas que pasó de actuar como extremo a mediocentro. O el cambio de estilo que se produjo tras la llegada de Martín Palermo en el mercado invernal. En todo caso, el bilbaíno deja claro que la idea de partida era siempre “tener el balón y dominar el partido”.
la otra vertiente El propio exfutbolista es el primer en descubrir la otra cara del entrenador, la personal. “Era muy cercano. Otros entrenadores te marcaban las distancias, pero él no era nada distante. Incluso cuando te tenía que dejar fuera del equipo se le veía que tenía la necesidad de darte una explicación y tener un buen trato contigo, algo que no es muy habitual en el mundo del fútbol”, asegura Edu Alonso.
Con una relación que acabaría estirándose durante unos cuantos años, Garmendia fue sin duda quien más trato tuvo con Mel: “Desde muy pronto hicimos buenas migas. Todas las tardes quedábamos para tomar café y hablábamos de muchas cosas fuera del fútbol. Era muy dicharachero y le gustaba escribir, plasmar todo lo que creía y llevar todo apuntado, pero de ahí a que luego se echase para adelante...”. Dos novelas -El mentiroso y El camino del más allá- adornan ya la trayectoria como escritor del madrileño. Esa “cultura” y la “inquietud por leer y conocer” también llamaron la atención de Abascal. “No era lo normal en el fútbol”, sentencia.
En el trato personal, el por entonces delegado vio que Mel era “una persona en la que podían confiar de todas todas y consecuente con lo que decía y hacía”. “Es de esas personas que te dicen lo que piensan porque sienten lo que te están diciendo”, asegura Antón. “Iba muy de frente y te decía las cosas de cara”, acaba por terciar el doctor Goienetxea, encargado también de desvelar el carácter jocoso del técnico cuando era necesario. “Yo tenía bastante confianza con él. Te hacía bromas, pero también las aceptaba. Hay otros que se te quedan mirando de reojo y... Se ve que el hecho de haber vivido tanto tiempo en Sevilla le hacía una persona abierta y extrovertida, aunque cuando había que sacar el carácter lo sacaba”, explica el galeno. Una característica que recuerda Garmendia, pero aplicada a los entrenamientos, en los que le gustaba “picar a los delanteros”. Dentro de un año convulso que acabó de la peor manera posible, Pepe Mel fue capaz de dejar un recuerdo imborrable entre los que le acompañaron en aquella etapa que, por encima de la figura del entrenador, destacan el valor de la persona.