Un replicante a nivel usuario de Gareth Bale anda suelto en el Alavés. Raúl García disfruta de la libertad y se le van desparramando de los bolsillos los complejos. Se le ve como a quien quiere beberse la vida a tragos una vez que ha decidido dejar su trabajo de funcionario para explorar el romanticismo de la incertidumbre. El otrora lateral, reconvertido ahora a un interior dinámico, es de lo mejor del equipo. Obviamente, es Bale sin ser Bale. Que lo mismo le sobra descaro para tirar las veces que sean que derrocha los esfuerzos que hagan falta para cubrir la espalda a Castillo. Como a los poetas el otoño, a los Raúl García siempre les sentó bien la proximidad del área. Su obús ante el Betis ha multiplicado su confianza y la percepción de sus compañeros sobre él. Cuando tiene el balón, pasan cosas. Es de esos jugadores que arman rápido la pierna, son fuertes por alto y disfrutan del juego vertical. Contra el Espanyol fue de lo más interesante de un buen Alavés. En ningún momento se diferenció en el juego al equipo de Primera del de Segunda. Sí en la pegada. Un Stuani de la vida puede pasar por Gerd Muller cualquier noche desangelada de diciembre. Marcó un gol de Julio Salinas y otro de Iván Alonso. Firmó los goles que ni acertó a vislumbrar el Deportivo Alavés, por más que en la segunda parte empujó al Espanyol contra su portería y en los últimos minutos tuvo un carrusel de ocasiones en las botas de Manu Barreiro. El postrero tanto dejó en bandeja de plata la lectura positiva de la Copa del Rey que llega cuando no hay otra que hacer: que a partir de ahora toca centrarse en la Liga.