vitoria - De la misma manera que un herido que no puede recibir ayuda ve cómo las hemorragias o las infecciones consumen su organismo sin poder hacer absolutamente nada para evitar el trágico final que se le avecina y del que únicamente le resta por conocer el momento exacto en el que le llegará, el Deportivo Alavés se ha convertido en las últimas semanas en un muerto viviente. Un espectro que deambula físicamente todavía por la Segunda División pero que se muestra incapaz de oponer la más mínima resistencia a la corriente que le empuja irremisiblemente hacia el abismo del descenso. El cuadro albiazul es ahora mismo un moribundo que ha recurrido a prácticamente todos los tratamientos que tenía a su alcance pero que ante la ineficacia de los mismos -o la propia incapacidad del enfermo para aplicárselos en las condiciones adecuadas- se ha quedado sin recursos para continuar peleando por su vida. El depósito está vacío y el coche esperando a la grúa en la cuneta.

Esa es al menos la sensación que desprende la escuadra de Mendizorroza. Especialmente después de protagonizar el domingo en Tenerife el enésimo fiasco de la temporada. Gastada ya por dos ocasiones la bala del cambio de entrenador e incluso con el secretario técnico Javier Zubillaga calzándose las botas para ejercer de improvisado ayudante, la visita a la isla se presentaba como una de las últimas oportunidades para enderezar el rumbo. En su segunda cita al frente del grupo Alberto optó por llevar a cabo una revolución en el equipo titular buscando probablemente más intensidad pero, desgraciadamente, el experimento saltó por los aires a las primeras de cambio.

Haciendo aguas de manera escandalosa por todos los flancos, el Alavés se derrotó a sí mismo y únicamente la falta de acierto ante la portería de los chicharreros impidió que el resultado final fuera más sonrojante. Ni una sola vez inquietó el cuadro albiazul a la zaga local y, lo que todavía es más grave, ni tan siquiera transmitió la sensación del que lucha desesperadamente por inhalar sus últimas bocanadas de aire. Más bien al contrario, compareció con la galbana propia de una pachanga estival entre amigos disputada bajo un sol de justicia. Con más ganas de ir al bar a por una refrescante cerveza que de morir sobre el césped en busca de una reacción que permita cuando menos alargar el combate.

Una situación lógica en ese contexto pero absolutamente incomprensible e inadmisible en un grupo profesional como es el Deportivo Alavés. Porque si algo debe exigírsele como mínimo al equipo y a sus responsables es que se resista hasta el límite y bajo ningún concepto arrojo la toalla. Esta última opción -la más cómoda-, sin embargo, parece haber siso la preferida por gran parte de los integrantes del Glorioso en todos sus ámbitos.

Al igual que el corredor de fondo que afronta los metros decisivos sin ningún cambio en sus piernas y completamente tieso convertido en fácil presa de sus adversarios, el Alavés camina a otro ritmo muy inferior al de sus oponentes. Sin juego, calidad, garra, amor propio ni recursos para buscar una reacción, el panorama que se le presenta por delante no puede ser más desolador.

La bala del banquillo. La directiva albiazul ya ha gastado sin éxito el 'comodín' del cambio del entrenador. Natxo González primero y Juan Carlos Mandiá después fueron destituidos pero ninguno de los cambios tuvo el efecto de revulsivo deseado. Alberto López ha estado al frente del equipo las dos últimas jornadas y los mismos males de siempre continúan sin corregirse.

Oportunidades para todos. Prácticamente todos los jugadores han contado con ocasiones para mostrar sus credenciales y, salvo excepciones, casi siempre las han desaprovechado. El último ejemplo, la revolución de Tenerife.

El calendario. Al Alavés le restan 9 jornadas ante Castilla (c), Recre, Mallorca (c), Ponferradina, Dépor (c), Lugo, Eibar, Numancia (c) y Jaén.