Borja Mallo. Enviado especial Sabadell Si es verdad que el fútbol es un estado de ánimo, el Deportivo Alavés se encuentra en estos momentos en una nube. Precisamente por encima de la que ha conseguido dejar atrás, que era oscura y presagiaba tormenta. El paraguas, el de aguantar la tormenta que caía por momentos incontenible, se cierra por el momento. Sale el sol, radiante y luminoso, en el planeta alavesista. Y lo hace gracias a la tercera victoria consecutiva a domicilio, un partido ganado en Sabadell ante un rival directo al que se redujo a escombros en apenas media hora.
Otros tres puntos de oro que se meten en el zurrón albiazul, los que permiten abandonar momentáneamente la zona de descenso, con un poco de suerte esta tarde para toda la semana. Y cabe esperar que ya de forma definitiva.
Cuando el viento sopla en las velas, parece que todo lo que se intenta sale perfecto. Así le ocurrió al Alavés en una primera parte mágica en la que dejó el duelo prácticamente resuelto en tres acciones determinantes que supusieron dos goles de Viguera y la expulsión de Crespí. Incluso el riojano pudo haber conseguido el que hubiese sido el tanto definitivo en otro remate más o en alguna de esas arrancadas en las que el asistente le vio en fuera de juego.
Era imposible soñar con un arranque mejor. Veinte segundos. Incluso unas décimas menos. Eso le bastó a Vélez para poner un centro al punto de penalti para que Viguera sacase una volea de la chistera directamente a la escuadra mientras el Sabadell aún se desperezaba.
Este tipo de goles, más allá de la ventaja, suponen un empujón anímico considerable para quien los consigue. Justo lo contrario que le sucede al que los encaja.
Así, el cuadro arlequinado se mostró timorato en defensa, con enormes problemas para sacar el balón desde atrás y sin la actividad suficiente como para presionar la creación de juego alavesista. De esa diferencia de intensidad surgió, en el minuto 11, el segundo tanto vitoriano. Recuperación en zona de compromiso de Vélez por superar en ganas al rival, perfecto pase del navarro en profundidad y maravillosa definición de Viguera en el mano a mano con un Nauzet sin ayudas.
Gran parte del camino estaba recorrido, pero un nuevo soplo de aire hinchó aún más las velas albiazules. De nuevo el genio que viste el 10 a la espalda, con un regate que le hubiese dejado otra vez solo ante el meta del Sabadell de no haber mediado la mano de Crespí. Expulsión y sensación de superioridad que solo faltaba reflejar con ese tercer gol que diese la tranquilidad definitiva.Y es que en esto del fútbol nunca se sabe.
Ya le quedó claro al equipo de Mandiá en el último cuarto de hora de la primera parte, cuando el Sabadell, pese a su inferioridad numérica, encadenó unas cuantas acciones de peligro que entre la defensa y Goitia acabaron solventando. Pero con una grada soliviantada reclamando todas las decisiones arbitrales y un rival herido, cualquier concesión podía ser mortal y el Alavés cometió unos cuantos errores de cierta gravedad que se acabaron solventando no sin apuros.
La única historia que le quedaba al partido era esperar la posible reacción del equipo de Miquel Olmo o la sentencia definitiva por parte visitante. De la primera nada se supo en ningún momento, mientras que la segunda fue una simple cuestión de tiempo. Con Viguera poniendo en jaque constantemente a la zaga catalana, la entrada de Guzmán resultó decisiva. Con espacios, la velocidad del extremeño fue suficiente para generar la jugada definitiva ?anteriormente se habían marrado un par de ocasiones? en la que Vélez acabó marcando el tercero.
Eso sí, aún quedaba espacio para que Viguera completase su particular fiesta cerrando el triplete y subiendo al Alavés a una nube de optimismo de la que ya no se puede descabalgar. El equipo durmió ayer fuera del descenso, una situación que debería convertirse esta tarde en definitiva. El estado de ánimo ha cambiado. El Glorioso sonríe potente otra vez.