Vitoria. El libreto futbolístico de Juan Carlos Mandiá se abrió ayer por su primera página y mostró que el Deportivo Alavés que quiere el técnico gallego va a estar marcado por el esfuerzo colectivo y el compromiso con el compañero. En pocos partidos a lo largo del curso habrán corrido tanto los jugadores albiazules como ayer ante el Lugo, en el que el técnico de Alfoz propuso una presión asfixiante desde zonas del campo muy adelantadas que asfixió durante muchos minutos al oponente, pero que al mismo tiempo acarreó un esfuerzo titánico que el cuadro albiazul pagó en los minutos finales, aunque el salvador gol de Óscar Serrano sirve para minimizar todo el sufrimiento.

Toda la fuerza del Alavés se asentó en un triángulo, en conformado en el eje del campo por Ortiz, Beobide y Manu García. El primero como pivote. Los segundos, como piezas adelantadas de la presión. El primero como guardaespaldas. Los segundos, como asesinos de cualquier atisbo de fútbol combinativo. Con ayudas de los compañeros, claro está, pero con el trabajo indispensable de estos tres jugadores que se hartaron de correr en una labor de destrucción que resultó sobresaliente y que complicó la vida a un rival que no se encontró para nada cómodo en Mendizorroza.

Mandiá había ensayado a lo largo de los últimos días muchas variantes y se esperaban unas cuantas sorpresas. No defraudó el lucense, que dejó en la grada a Óscar Rubio para depositar su confianza en Unai Medina que regresaba tras su lesión y en el banquillo a los otrora indiscutibles Jaume y Vélez. La apuesta era disponer un centro del campo de mucho trabajo y poderío físico y en esa zona resituó a Ortiz y Manu García, que se complementaron a la perfección con un Beobide que es puro corazón.

Hasta que la gasolina se agotó, el Alavés cortocircuitó el juego de un Lugo que, en todo caso, sabía muy bien que tenía que incidir sobre la banda izquierda de la defensa vitoriana para hacer daño. Con el cansancio metido en el cuerpo y pasando factura en las piernas -los tres cambios de Mandiá fueron motivados por problemas físicos-, el equipo de Setién pudo aprovechar los espacios cada vez mayores para conseguir con extremada facilidad el empate en una internada por su banda diestra. Eso sí, a este Glorioso no es carácter lo que le falta. Y tras sufrir un mazazo que ya parecía irreparable, sacó fuerzas de donde ya no le quedaban para ganar tras de haber derrochado sudor por litros.