vitoria. Cuando tras la disputa de las 17 primeras jornadas del campeonato de Liga un equipo ocupa la penúltima posición de la tabla clasificatoria no es ni mucho menos fruto de la casualidad. En el torneo de la regularidad por antonomasia deben existir muchos aspectos a mejorar cuando se transita en el vagón de cola del grupo y, como consecuencia, las estadísticas acostumbran a ser un fiel reflejo de estas circunstancias. Desgraciadamente esta es la situación actual del Deportivo Alavés y, como es lógico, sus números destapan múltiples y peligrosas carencias.

Sin embargo, existe un aspecto de estas cifras que llama poderosamente la atención y que simplemente con haberlo mejorado mínimamente habría permitido evitar un hundimiento tan grave. Porque el combinado albiazul es el equipo que menos victorias ha conseguido de toda la categoría de plata. Únicamente tres triunfos (ante Sporting de Gijón, Hércules y Mirandés) adornan hasta el momento su casillero. Una cifra a todas luces insuficiente y que es inferior incluso a la lograda por el farolillo rojo de la clasificación, el Castilla, que ha vivido instalado permanentemente en el pozo desde que arrancó la competición.

Múltiples son las interpretaciones que pueden hacerse de esta circunstancia pero sin duda una de las más evidente es que este Alavés encuentra muchas dificultades para desequilibrar la balanza del definitivamente en el marcador. En deportes como el tenis, por ejemplo, siempre se ha dicho que el punto más complicado de lograr es aquel en el que tienes la posibilidad de cerrar el partido a tu favor. Los nervios por la cercanía del éxito, el miedo a fallar y la tensión acumulada unidos a ladespreocupación del rival, que ya lo da todo por perdido, suelen jugar malas pasadas y es en esos instantes cuando hacen acto de presencia errores aparentemente incomprensibles.

Pues bien, El Glorioso parece haber trasladado esta problemática al césped y es presa de graves temblores de piernas cada vez que se aproxima al ansiado triunfo. La consecuencia inevitable es que, en la mayoría de las oportunidades, esta balsámica victoria acaba escapándosele como agua entre los dedos. Así ha sucedido en múltiples encuentros en los que, a pesar de adelantarse en el marcador y adquirir incluso una cómoda ventaja, finalmente ha terminado desperdiciándola para alegría de un adversario que en muchos de esos encuentros no ha necesitado ni tan siquiera apretar el acelerador a fondo en busca de la remontada.

Pero la situación resulta todavía más incomprensible si se tiene en cuenta que el combinado de Mendizorroza es nada menos que el tercer máximo goleador de la Segunda División con 26 goles anotados, únicamente superado por el Recreativo de Huelva (segundo clasificado con 33 dianas en su haber) y el Sporting de Gijón (tercero con 28).

Pese a esta notable efectividad y el hecho de disponer del pichichi de la categoría (Borja Viguera, con 12 goles en su expediente), lo cierto es que la extrema endeblez defensiva exhibida por el grupo a lo largo del curso le ha impedido transformar esa brillante cuenta realizadora en un botín más jugoso.

Muy al contrario, está obligado a purgar sus errores en la zona de descenso y a cuatro puntos de distancia ya de los puestos que garantizan la permanencia. Pero lo cierto es que a poco que el cuadro vitoriano hubiese protegido mejor su portería la situación podría ser bien diferente. Y es que son nada menos que siete los empates que ha cosechado, a los que suma otras tantas derrotas. Sólo con que un par de esas igualadas se hubiese transformado en los triunfos hacia los que estaban encaminadas, el peligro para el equipo sería ahora mismo mucho menor.