Vitoria. El Deportivo Alavés sigue dando pasos adelante en el camino hacia su autodestrucción con un nuevo ejemplo de ese repertorio de errores, fallos y concesiones que deja en cada partido con la consecuente pérdida de puntos que eso conlleva. El hundimiento progresivo de este equipo no parece encontrar su fin. Dentro de un partido de fútbol gris en el que volvió a ponerse en ventaja, se vio descabezado de nuevo en un par de minutos, deambuló perdido sobre el césped durante unos cuantos más y acabó echando mano de la épica para al menos rescatar un punto. Pero las sensaciones no son para nada buenas y la zona de la tranquilidad se ve cada vez a más distancia.

Apostó de salida Natxo González por los regresos a la titularidad de Luciano y Beobide y el equipo ganó en contundencia, aunque lo que se notó por encima de todo fue una obsesión compulsiva por no cometer ni un solo error con el balón. Circulación tranquila, evitando cualquier tipo de riesgo y sin caer en la virguería. Mucha pausa, pero para ver al Alavés manejar el balón hubo que esperar casi un cuarto de hora, ya que el control en los minutos iniciales fue de una Ponferradina que se dedicó a enseñar los dientes pero que no llegó a morder. No sufrió el cuadro albiazul excesivamente y el poco apuro que hubo lo solventó Luciano. A partir de ese tramo inicial de control visitante, los vitorianos comenzaron a crecer cuando se hicieron con el esférico.

Y, lo dicho, enorme tranquilidad. Toque, toque, toque. Siendo el equipo muy consciente del enorme peligro de cualquier pérdida en zonas de compromiso ante un oponente con la calidad arriba del conjunto leonés. Mucha circulación, cargando el juego sobre la izquierda con la dupla formada por Manu García y Nano, y al más mínimo atisbo de complicación, desplazamiento en largo buscando las carreras de Vélez.

No es que abundasen las oportunidades, pero si en algo es brillante este equipo cuando juega en Mendizorroza es en la pegada. Y este don salió a relucir en un centro desde la izquierda de Manu García que Toti, a trompicones, se llevó en el área pequeña entre defensa y portero bercianos para acabar colando el balón en la red. Un gol extraño; un desahogo enorme.

Respiró el alavesismo, pero para la calma no hubo espacio. De ello se encargó uno de esos ilustrados del silbato que habitan por el mundo del fútbol. Sureda Cuenca ya se había encargado de demostrar que al Alavés no le iba a pasar ni media. Y así fue. Y, por si fuera poco, llevó la aplicación del reglamento al límite para mandar a la caseta a Nano en el minuto 40 por una dura entrada. Todo el frío reinante en Vitoria se convirtió en calor abrasador unos centímetros por encima del césped. Puñalada de las grandes, ya que precisamente es la banda izquierda la más endeble y encima Manu García estaba ya amonestado. Pero, por una vez, hubo fortuna. O tontuna. La de Acorán, que ya en el descuento agredió a Manu García y también vio la roja, perdiendo así la Ponferradina a un futbolista desequilibrante, precisamente, en la banda diestra.

Por desgracia, el Alavés al completo pareció quedarse de nuevo en los vestuarios. Incapaz otra vez en el arranque de la segunda parte de mantener la calma, de no cometer errores. Nulo en su fútbol y creciente en su sufrimiento. Y más cuando la Ponferradina convirtió en autovía el flanco izquierdo de la zaga. Así, en apenas dos minutos, el equipo de Claudio le dio la vuelta al marcador. Del 61 al 63. No necesitó más. Un centro desde la derecha que Lara empalmó completamente solo en el segundo palo y una pérdida de Jaume que Yuri penalizó en el mano a mano con Goitia. La reacción final a base de colgar balones dio de sí para empatar por el empuje de Jarosik, pero son tan graves y continuados los errores que comete este equipo que ni siquiera un demoledor ritmo goleador es suficiente como para dar oxígeno a un equipo que se hunde sin remisión.