Poco le faltó al Deportivo Alavés para darle de nuevo la vuelta a esa tortilla que últimamente siempre se le cae al suelo, pero en esta ocasión la fenomenal reacción final no fue suficiente para eclipsar un desastroso arranque de segunda parte en el que el conjunto vitoriano volvió a sacar a relucir todos sus males defensivos para conceder dos goles y tres nuevos puntos. Deambuló el cuadro albiazul durante muchos minutos sobre el césped y pudo salir goleado, carcomido por sus propios nervios y por una endeblez defensiva galopante que el orgullo final no sirve para tapar. Y es que este Glorioso es como un castillo de naipes, que al mínimo soplido se viene mentalmente abajo. Y la reconstrucción no resulta sencilla.

Recuperó Natxo González el sistema 4-4-2 con Toti por la banda derecha y Nano por la izquierda y esa suma de elementos en el centro del campo y la presión adelantada de Viguera y Vélez permitió tejer una tela de araña que resultó prácticamente insuperable para un Mallorca al que el nerviosismo tampoco es ajeno. Todo lo que fuese un pase más allá de la simplicidad más elemental era para los bermellones como tratar de cuadrar el cubo de Rubik. Se topaba el titular de Son Moix constantemente con su propia inseguridad o con la maraña de piernas dispuesta por unos alavesistas que taparon de inicio cualquier vía de agua y que en toda la primera parte apenas sufrieron más allá de los habituales problemas para taponar el lateral izquierdo, por donde llegó el escaso peligro local.

Así, cuando el cuadro albiazul se esperaba un oponente furibundo de inicio, se encontró en verdad con un rival que se consumía sin remisión entre inoperancia, nervios y los silbidos de una afición enfadada. En esta tesitura, ante un oponente al que le costaba enlazar pases sin perderlos y que se las veía y se las deseaba para superar el centro del campo, el Alavés dio un paso adelante y trató de hacerse con el control del balón. Lo hizo sin perder el sitio en líneas defensivas, sin desmelenarse y guardando en todo momento la posición. Presionar, recuperar y salir con criterio, sin perder balones en ese primer pase, un mal que estaba costando muy caro a domicilio y que en alguna acción puntual causó ayer de nuevo algún susto.

Faltó solamente en la primera parte un poco de acierto en el pase definitivo, en esos servicios que hubiesen otorgado ventaja a los atacantes de haberlos recibido. Se perdieron muchos balones en ese momento decisivo que convierte una acción de peligro en una ocasión de gol, pero el miedo estaba instalado en el conjunto bermellón cada vez que el esférico se acercaba a las proximidades del área. Nervios que llegan hasta la médula, que se instalan de lleno en el cerebro y que propician que jugadores de calidad se enreden con el balón en los pies y ni siquiera sean capaces de realizar un despeje decente. Y ahí, en ese lío por momentos constante sobre todo en acciones a balón parado, le faltó a los vitorianos una pizca de suerte para pescar en ese río revuelto en el que habían echado la caña, ya que en ningún momento llegaron a recoger el sedal y las ocasiones más claras fueron baleares.

Parecía que el Alavés había conseguido llevar el partido y el entorno del mismo a favor de sus intereses, pero todo se torció en un arranque de segunda parte de nuevo nefasto en el que la zaga albiazul volvió a sacar a pasear todas sus miserias. Con Mora lesionado en el vestuario, la zaga perdió toda su consistencia. En apenas ocho minutos dejó el Mallorca encarrilado el partido al aprovechar la fragilidad de Manu García, a quien le ganaron la partida los goleadores Gerard Moreno y Nsue sin que encontrase ayuda. La ansiedad cambió de camiseta.

Con la enorme desventaja en el marcador, Natxo González quemó las naves con la doble entrada de Quiroga y Emilio Sánchez, pero ni en esto acompaña la suerte al equipo. En apenas dos minutos, el albaceteño se lesionó. Cualquier opción de reacción quedaba ahogada antes siquiera de asomar. Muerto en vida y corriendo el riesgo de recibir una goleada. No fue tal por los fallos en la definición del Mallorca y por una genialidad de Viguera que metió a los albiazules en partido con más de diez minutos por jugarse. Vélez, Quiroga y Nano tuvieron opciones para lograr el empate, pero las cartas quedaron desparramadas de nuevo sobre el tapete, derribado el castillo.