Gasteiz. Se ha metido el Deportivo Alavés en una peligrosa espiral de la que no es capaz de evadirse por mucho que busque recovecos para dar con la salida. Un bucle extremadamente doloroso que ayer vivió una nueva vuelta de tuerca con un guión de desenlace tristemente conocido. Dicen que es de sabios aprenderse bien los sucesos macabros pasados para no volver a repetirlo en el futuro, pero el cuadro albiazul repitió punto por punto los mismos fallos que le llevaron ya hace dos semanas a dejarse dos puntos ante el Tenerife. Sin capacidad para dormir un partido que tenía del todo controlado, sin ser capaz de aplicar anestesia, timorato al menor golpe a pesar de su ventaja y con excesivo corazón y muy poca cabeza. Dejándose de nuevo una victoria por el camino, dando una nueva vuelta a este bucle doloroso del que no hay escapatoria.

Volvió Natxo González a tocar unas cuantas teclas en busca de la reacción y apostó de salida por cuatro jugadores que no fueron titulares en Valdebebas, como Mora, Manu García, Guzmán y Vélez. Las variantes, no obstante, no surtieron efecto en unos primeros compases en los que el cuadro albiazul estuvo timorato, sobre todo a partir de que el Recreativo se pusiese por delante en el marcador en el minuto 7 al resolver Linares con maestría en el área pequeña. La zozobra en las acciones siguientes amenazó con hundir definitivamente la nave vitoriana, ya que el nueve onubense disfrutó de varias ocasiones claras para matar el partido en apenas un cuarto de hora. Pero ahí, cuando el duelo se volvió bronco, el colegiado se convirtió en protagonista y el Decano echó mano de la dureza, los alavesistas vistieron pinturas de guerra.

Había reclamado Natxo espíritu guerrillero y fue el propio oponente el que encendió la mecha de un equipo que comenzaba a perderse en sus propios nervios. El mazazo fue enorme y las acciones subsiguientes casi manda al Glorioso a la lona. Pero apareció ese toque de fortuna que le hizo mantenerse en pie. Y cuando la pelea se convirtió en un cuerpo a cuerpo, no se achantó ni se dejó amedrentar.

Recibió palos, reproches y faltas que superaron los reglamentario con mínimo castigo, pero eso le sirvió al Alavés para crecerse, para recuperar el balón y para irse al ataque con toda la caballería. A golpe de corneta. A la carga. Con las bandas estiradas hasta la línea de fondo para firmar dos goles preciosistas.

El primero llegó por el empuje desde la izquierda de Manu García, quien tras asociarse con Emilio Sánchez puso un centro que Ion Vélez definió a la perfección. Regresaba el navarro al equipo tras un mes en el que el equipo lo ha echado mucho de menos. ¡Qué regreso! El navarro no es ningún dechado de virtudes técnicas y muchas veces parece peleado con el gol, pero ayer firmó dos que a cualquier delantero centro le gustaría tener en su catálogo. Y que si espectacular fue el primero, no menos glorioso fue el segundo. Una contra de manual, con conducción de Guzmán, servicio desde la derecha de Rubio y remate definitivo del de Tafalla para desequilibrar el marcador antes del descanso con una media hora de nuevo brillante en la ofensiva, con varios errores graves atrás, pero, sobre todo, con la sensación de que el equipo había recuperado el instinto competitivo.

Pareció quedar sentenciado el duelo en el arranque del segundo acto con Guzmán provocando un penalti que transformó de nuevo Viguera, pero ni mucho menos fue así. Por mucho que el partido estuviese completamente dormido durante infinidad de minutos y que el Recreativo apenas hiciese nada por buscar la remontada. Una acción aislada en el minuto 81 le servía a Antón para recortar distancias y meter de lleno el miedo en el cuerpo de todo el alavesismo, que comenzaba a vislumbrar un final a la película desgraciadamente conocido. Y el bucle del dolor completó un nuevo giro en apenas seis minutos, los que tardó el cuadro onubense en transformar los temores en hechos palpables con un gol en propia puerta de Rubio que mantiene la sangría abierta.