Zaragoza. Si mucho se ha lamentado el Deportivo Alavés por una buena cantidad de puntos que se han marchado por el sumidero cuando parecían ganados, ayer en Zaragoza al menos pudo llevarse una alegría al estómago al rescatar en el minuto 93 un empate que bien poco había merecido. Las penalidades defensivas de un equipo que realiza excesivas concesiones fueron cavando una tumba en la que el cuadro albiazul ya se había metido de cuerpo entero antes del descanso. El ataque de fe en el arranque del segundo acto dio de sí un gol tempranero que sembró el nerviosismo en La Romareda, pero la continuación fue una media hora de escaso fútbol y nulas oportunidades que tuvo como colofón, ya en el descuento y en el único balón colgado al área en condiciones, un penalti con el que Viguera, siempre Viguera, consiguió un punto con sabor a gloria que, no obstante, no esconde los males de este Alavés.
Recuperó Natxo González un 4-2-3-1 en el que los hombres de vanguardia disfrutaban de una gran movilidad que propició peligro a la contra en los minutos iniciales, pero que con el correr del tiempo sirvió para evidenciar un grave problema en un centro del campo en el que el Zaragoza creaba situaciones de superioridad constantemente y trataba de filtrar balones a la espalda de una adelantada zaga albiazul.
Sufrió el cuadro vitoriano ante la calidad de un oponente que encadenó varias acciones de enorme peligro, sobre todo a balón parado, antes de abrir el marcador y dejar el partido prácticamente sentenciado en apenas tres minutos. Tuvo suerte el Alavés en varias acciones en las que no fueron los mejores jugadores blanquillos los que remataron y en algunas vueltas tuvieron los propios albiazules la oportunidad de darle un susto a Franco. Sobre todo en una gran acción de Viguera que buscó a un Juanma que fue derribado en el área con todo a favor, aunque el colegiado no señaló penalti.
Precisamente contra el árbitro cargó Natxo las tintas en la acción que propició el primer gol local, ya que vino precedida de un claro derribo sobre Juanma no señalado, uno más, ya que el canario Trujillo Suárez permitió muchos contactos. Eso sí, los males hay que encontrarlos también en la casa propia, ya que si el equipo de Paco Herrera no había abierto antes el marcador fue por falta de acierto que no de oportunidades.
Un balón a la espalda de esa adelantada defensa lo aprovechó a la perfección Roger para poner por delante a los maños en el minuto 35 y apenas tres después fue Nano el que puso en bandeja el segundo, obra de Barkero, al dejar el balón muerto en el área con un despeje errático e imperdonable en semejante zona de riesgo.
Entre unas cosas y otras, errores colectivos y graves fallos individuales, una zaga con muchos problemas y otros dos goles encajados por Goitia. El partido se marchaba a los vestuarios completamente cuesta arriba por culpa de esa endeblez defensiva que el cuadro albiazul viene arrastrando en los últimos partidos y que se convierte cada vez en un lastre más pesado, una lápida en toda regla para los intereses del equipo.
El Alavés llevaba la estocada metida en el cuerpo, pero no es el vitoriano un equipo que se arredre en las situaciones de dificultad. Sin tocar nada en cuanto a jugadores, pero decidiendo ya que había que ir al ataque a calzón quitado, el miedo se metió en el cuerpo de La Romareda cuando Viguera, en apenas ocho minutos, recortaba distancias. Los mismos parroquianos que pocos instantes antes se rompían las manos a aplaudir, comenzaban el particular concierto de silbidos contra su equipo. Pocas aficiones hay así y en ese nerviosismo acabó pescando un Alavés al que le faltaron recursos para generar más oportunidades, pero que supo provocar un penalti en uno de los pocos balones colgados al área para que el sempiterno Viguera rescatara uno de esos puntos que saben a gloria.