Vitoria. El Deportivo Alavés hizo ayer oficial la ampliación por un año, hasta junio de 2015, del contrato de Borja Viguera. De esta manera, el club gasteiztarra ata al que fuera el héroe del ascenso el pasado año mientras establece los cimientos del equipo a medio plazo. La relación entre Viguera y el Alavés ha sido de pura simbiosis, como diría el ínclito Jorge Berrocal. Por fortuna, al riojano nadie le ha puesto la pierna encima, ha sido él quien ha golpeado, mayormente con su diestra, el balón para atravesar las redes rivales hasta en veintiún ocasiones el pasado curso. Dieciocho en liga -cinco de ellas durante la fase de ascenso- y tres más en la Copa del Rey. Estos números le han hecho pichichi y baluarte del conjunto a la vez que la afición jaleaba su nombre cada día con más fuerza según se iba acercando al sueño de regresar al fútbol profesional.

Si Viguera ha conseguido comandar la nave albiazul fue porque en su momento prefirió ser cabeza de ratón a cola de león. Del riojano, se hablaban maravillas desde su aparición en la primera plantilla de la Real Sociedad con veinte años. El galés Chris Coleman le dio la alternativa en la temporada 2006-07 aunque todavía alternaría apariciones con el B una campaña más. Ya en la 2009-10, con la Real en Segunda, Viguera se enroló definitivamente en el primer equipo que por aquel entonces dirigía Martín Lasarte pero seguía sin hallar la continuidad adecuada para desplegar su fútbol. Nunca la había logrado. Así que Viguera decidió bajar el peldaño ascendido dos años antes y competir en Segunda, de nuevo, esta vez con el Nàstic. Sin embargo, la suerte seguía siendo esquiva con el Logroñés, que caía lesionado de gravedad al poco de su debut. Rotura del ligamento cruzado, seis meses de baja y vuelta al Nàstic. Pero tampoco cuajó. Viguera hubo de retroceder de nuevo otro paso. A Segunda B con el Albacete.

En media temporada en la categoría de bronce, jugó nueve partidos y anotó tan sólo un gol. La llama del otrora prometedor atacante agonizaba. Entonces, el Alavés llamó a su puerta. Era el momento de volver a empezar prácticamente de cero para un futbolista que había coqueteado con la Primera División. De embarcarse en un nuevo proyecto en el que ser, en principio, jugador franquicia y que le devolviera al lugar que merecía en el ámbito futbolístico.

La historia ya es de sobra conocida. Viguera tardó un poco en arrancar -le está pasando lo mismo, al menos, en esta pretemporada- pero, poco a poco, fue haciéndose con las riendas de un Alavés, proclamado mejor equipo de los 81 que compusieron el pasado curso la Segunda B, muy en parte gracias a este virtuoso riojano. De hecho, el play off de ascenso fue patrimonio del atacante que ayer renovó su contrato con el club del Paseo de Cervantes. Viguera consiguió los cinco goles que el Glorioso materializó en la fase clave del año dejando bien patente de qué madera está hecho.

Ahora, el riojano acaba de prolongar su vínculo con el Deportivo Alavés conscientes ambos de lo que uno ha dado al otro. La entidad vitoriana se sustentó en la magia del atacante para hacer realidad su anhelo de competir, tras cuatro campañas, en el fútbol profesional. Viguera, por su parte, vuelve a sentirse importante en un vestuario. Sabe que puede contribuir a guiar a este club a cotas altas, mayores aún. Pese a su tortuoso recorrido por los vericuetos futbolísticos, cuenta tan sólo con veintiséis años y, por tanto, con margen de mejora. Pasadas lesiones y falta de confianza por parte de distintos técnicos, Viguera ha encontrado en Gasteiz y en el Glorioso un nuevo hogar. Que sea por mucho tiempo.