REZA una de las frases míticas del mundo taurino que no hay quinto malo y el Deportivo Alavés enfundó, mediada la década de los noventa, el traje de luces para confirmar en la práctica esta teoría y, al mismo tiempo, disfrutar de un deseado ascenso que costó sangre, sudor y lágrimas pero, sobre todo, mucho tiempo. Demasiado. Hasta cuatro decepciones consecutivas tuvo que afrontar la entidad del Paseo de Cervantes hasta que a la conclusión del ejercicio 1994-95, por fin, la felicidad se instaló en todo el alavesismo.
Como venía siendo costumbre desde que, coincidiendo con su regreso a Tercera División en el curso 90-91, disputó su primer play off de ascenso sin éxito, la pausa de competición veraniega sirvió para que el equipo sufriera una importante reestructuración y un nuevo técnico asumiera el desafío de conducir la nave albiazul hasta la categoría de plata. En esta ocasión, el elegido por el equipo directivo encabezado por Gonzalo Antón fue Txutxi Aranguren. Curtido en mil batallas tanto durante su etapa como futbolista profesional como en los banquillos, el de Portugalete desembarcó en Mendizorroza para sustituir a Irulegui sabiendo que un único objetivo podría permitirle saldar el reto con éxito.
Con la tranquilidad suficiente para manejar la presión sin que afectara a sus discípulos, el preparador vizcaíno condujo al grupo con mano firme y generando confianza semana tras semana merced a los excelentes resultados cosechados. Y es que lejos de que el recuerdo de la notabilísima temporada regular llevada a cabo un año antes pesara como una losa sobre sus piernas, consiguió transformarlo en una motivación que llevó al equipo a mejorar incluso esos registros.
De esta manera, El Glorioso llegó al arranque de la fase de ascenso con nada menos que 61 puntos, uno más de los conquistados con Irulegui, como consecuencia de las 27 victorias, siete empates y cuatro derrotas sumadas. Pero es que, además, el conjunto vitoriano destilaba espectáculo ofensivo en cada una de sus comparecencias. Una afirmación que queda claramente corroborada con la espectacular cifra de goles anotados a lo largo de las 38 jornadas del campeonato. Y es que nada menos que 92 dianas consiguieron los jugadores albiazules, mientras que únicamente recibieron 26. Junto al Alavés, se clasificaron para disputar la fase de ascenso dentro del Grupo II el Numancia (segundo con 55 puntos), el Sestao (tercero con 49) y el Beasain (cuarto con 46).
Pero claro, todo el mundo tenía muy fresco en la memoria lo sucedido en los cuatro años anteriores -especialmente en los tres últimos-, en los que la escuadra de Mendizorroza también había dominado con notable superioridad a sus rivales de la fase regular para, después, terminar hincando la rodilla frente a sus adversarios del play off para acabar sufriendo la pesadilla de cómo uno de ellos disfrutaba del billete a Segunda División que debía haberse quedado en el Paseo de Cervantes. Por todo ello, la euforia había desaparecido por completo del panorama albiazul y desde todos los ámbitos se afrontaba ese intenso mes final de temporada con mucho más respeto que otra cosa.
"Se notaba la responsabilidad. Se trabajaba todo el año pensando en ese objetivo y estaba muy presente en las cabezas de todos que las temporadas anteriores no se había podido conseguir pero también éramos conscientes de que era algo muy complicado, porque te jugabas el todo por el todo en un mes y podían influir muchos factores que escapaban de tu control". Quien así se expresa es Antonio Gorriarán, uno de los fichajes estrella de aquella campaña. Tras una dilatadísima campaña con el Oviedo en Primera División, se incorporó al Alavés en el mes de diciembre para aquilatar el equipo con su experiencia.
"Había un equipo muy bueno, muy compensado y tuvimos la pizca de suerte que había faltado antes. Está claro que sin ese poco de fortuna no se puede conseguir nada pero como es algo que no se puede entrenar lo que hay que hacer es entrenar a tope para conseguir que el grupo llegue lo más fuerte posible a esos partidos importantes. Nosotros lo hicimos, empezamos bien empatando en Las Palmas y la historia acabó con la fiesta del ascenso", recuerda
Uno que se incorporó prácticamente al mismo tiempo que el jugador vizcaíno al proyecto albiazul fue Óscar Arias. El Quiyo también llegó a Mendizorroza en diciembre para dar solidez al centro del campo con los muchos kilómetros que acumulaba en sus piernas y su trabajo fue una de las claves del éxito. "Aquel Alavés era, con diferencia, el equipo con más solvencia del grupo", destaca el futbolista nacido en Alemania -"al igual que está pasando ahora mis padres tuvieron que emigrar pero antes de que cumpliera los cinco años ya estábamos de vuelta y lo único que me queda de alemán es el pelo rubio", bromea- pero con inconfundible acento onubense.
El que fuera, tras colgar las botas, director deportivo de Recreativo y Las Palmas, conserva aún un recuerdo muy nítido del momento en el que se certificó el regreso a la Segunda División. "Era un grupo muy complicado pero hicimos una liguilla bastante buena y lo logramos a falta de dos jornadas pero todos pensábamos que tendríamos que esperar a la última en Mendizorroza. De hecho, Txutxi (Aranguren) había reservado a bastantes de los habituales titulares en el partido de Jaén pensando en el de Vitoria pero la Gramanet le pudo empatar al Las Palmas en casa y la fiesta empezó en el campo de La Victoria y la piscina de al lado", evoca.
Precisamente uno de los que había reservado el técnico era la gran referencia ofensiva del equipo, un por entonces muy joven Manolo Serrano. "Yo lo viví desde la grada, porque no jugué ese partido. Nosotros perdíamos pero sabíamos que teníamos otra oportunidad en casa. Entonces en Las Palmas falló y quedó esa fecha para la historia. El empate de ellos coincidió más o menos con el tercer gol del Jaén. Nos lo metieron y nuestra afición empezó a celebrarlo en la grada. Ha sido el gol en contra más festejado de la historia del fútbol", explica el pequeño delantero catalán.
El del Masnou, actualmente convertido en vendedor de casas de gama alta y acompañante de su hijo de siete años, que sigue sus pasos sobre el césped, recuerda que "teníamos un equipo muy compensado con mezcla de veteranía y juventud e hicimos récord de goles durante la temporada regular. Después de tanto tiempo intentándolo el ascenso era la gran asignatura pendiente del Alavés y fue todo como un parto. Poco a poco fuimos madurándolo hasta conseguirlo. En aquel momento fue el culmen para todos nosotros".