Vitoria. Partidos como el vivido el sábado en San Mamés dan de sí para muchas pequeñas historias. Cada cuál vivió la suya, pero si se puede decir que alguien en el seno del Deportivo Alavés disfrutó como nadie de la victoria, esa figura la representa a la perfección un Natxo González que durante unos pocos minutos dejó a un lado su habitual serenidad para dar rienda suelta a la euforia que le invadía y, sobre todo, para liberar una tensión acumulada durante demasiado tiempo. Bien apretados los puños, brazos en alto hacia el fondo alavesista, levantando en volandas a Carles Claramunt o abrazando uno por uno a todos sus futbolistas, el Natxo González habitualmente comedido, irónico en ocasiones y en no pocas torero ante las preguntas, dio paso por unos instantes a la máxima expresión de la alegría. Sabe el técnico vitoriano lo mucho que se juega en cada jornada desde que llegó al club que en su día le vio partir para hacerse un nombre en esto del fútbol y sabía de la importancia del partido en San Mamés. La procesión la ha llevado por dentro en una temporada en la que ni siquiera la excepcional trayectoria del equipo ha propiciado que todo sean luces y parabienes y en la que las sombras y las críticas han salido a relucir a la mínima oportunidad. Por eso la victoria ante el Bilbao Athletic, partido que llevaba tiempo marcado, significaba tanto para el técnico, que también quiso ser partícipe, a su manera, de la euforia que invadió a todo el alavesismo.
Pero para llegar a esa explosión final hubo que pasar antes por otros momentos peculiares. Como la carrera de Viguera a por el balón después de marcar el empate. O, mejor todavía, los más de cien metros recorridos a toda velocidad por Iván Crespo para culminar la piña encima de un Óscar Rubio que encarna a la perfección los valores de este equipo que quizá no destaque por su calidad técnica pero que es el más solidario, unido y competitivo de la categoría.
El otro gran momento, el que muchos recordarán de por vida, está asociado a la celebración al final del partido, cuando la plantilla se giró hacia ese fondo de San Mamés transformado el sábado en la antigua General de Mendizorroza. Pelos como escarpias para los jugadores, que saludaron y tuvieron que volver al campo desde los vestuarios -algunos en chancletas, como Jonan- para rendir pleitesía y recibir el cariño de una afición que no se movilizaba en tan importante número desde Dortmund.
A través de las redes sociales, los propios jugadores reconocían haber vivido una tarde mágica. "Difícil disfrutar más. ¡Menudos compañeros tengo y qué afición tiene el Alavés!", decía Manu García. Viguera, por su parte, escribió: "No tengo palabras para describir lo que hemos vivido. Espectacular La Catedral albiazul". "Gracias a la afición por venir hasta San Mamés y estar animando todo el partido. Ahora, todos a Mendizorroza", señaló Juanma, mientras que Luciano estuvo brillante: "Espectacular el ambientazo de Mendizorroza. Ah no, que era San Mamés".