Santander. Si el fútbol es el deporte con más trascendencia del globo terráqueo es por la capacidad que tiene para deparar la sorpresa en cada uno de sus compromisos. En casi todos, el mejor siempre le gana al peor sin el menor género de duda. No ocurre así en el balompié. Basta con recurrir al manido dicho del "once contra once" para encontrar la explicación de resultados como el que ayer vivió un Deportivo Alavés que no fue merecedor de la derrota que se acabó llevando ante el colista de un grupo que sigue liderando. En líneas generales, fue mejor el equipo de Natxo González que su oponente, pero cuando se falla en las áreas, donde hay que demostrar las diferencias, cualquier cosa puede pasar. Así le ocurrió ayer a un Glorioso que ve cómo el nudo de la corbata se aprieta en torno a su cuello por no saber aprovechar alguna de las buenas ocasiones de gol que tuvo en La Albericia y fallar atrás en el momento decisivo del partido.
Imprimió el Alavés de inicio un ritmo trepidante apoyado en la labor de desgaste de Laborda y en la excelente combinación de Manu García y Juanje en la banda izquierda. El gaditano, desdoblándose permanentemente, sacó a relucir la precisión de su zurda, mientras que el vitoriano tuvo en sus botas y, sobre todo, en su cabeza, las tres más claras ocasiones durante una primera parte en la que también hubo espacio para la zozobra con un remate al larguero espectacular de Rivero.
Ese disparo que casi sorprende a Crespo llegó en un tramo central en el que el Racing ganó metros y acosó a los albiazules, que habían dominado en el inicio y que volvieron a hacerse con el control antes del descanso. Volcado casi siempre hacia la banda izquierda, la señalada combinación entre Juanje y Manu García fue lo más destacable de un equipo que echó mucho en falta las apariciones de sus dos jugadores más talentosos en la zona de definición, ya que tanto Guzmán como Viguera tocaron el balón muy esporádicamente. Eso sí, cuando lo hicieron llegó el peligro, igual que cuando fue Agustín el que apostó por sacar el balón jugado en largo. En esa triple ocasión de Manu tuvo el Alavés la opción de ganar una importante cuota de tranquilidad en la lucha contra el cronómetro en busca del gol.
En el arranque de la segunda parte la conexión entre Guzmán y Viguera fue una realidad y en una jugada del extremo pudo abrir el cuadro albiazul el marcador, pero el remate final del riojano se fue pegado al poste. Lo que parecía el prólogo del arreón definitivo se acabó convirtiendo en su epílogo prácticamente hasta el tiempo de descuento, cuando llegaron de nuevo las oportunidades visitantes ya con la agobiante visión del gol santanderino campeando en el marcador.
Y es que el equipo de Natxo González volvió a entrar en ese carrusel de errores inexplicables e incomprensibles que han caracterizado sus últimos compromisos a domicilio. Como si el balón, de repente, hubiese perdido su forma esférica para dejar paso a uno ovalado que se mueve sin destino definido y al que es complicado domar. Los fallos en pases sencillos hicieron crecerse a un rival que se plantaba con amenazante peligro en las cercanías de Crespo ayudado por alguno despistes graves de una zaga que comenzó a temblar. Y al zozobrar los cimientos, todo el edificio comenzó a tambalearse.
Como calidad no le falta al filial racinguista, una gran jugada por la banda derecha de Bruno y su centro fueron suficientes para que Isuardi recibiese un balón franco en el área, recortase a Agustín y ejecutase al meta albiazul. Con menos de veinte minutos por jugarse, era hora de tocar una vez más a rebato, pero la inconsistencia a la hora de hilvanar el juego con un mínimo de criterio impidió que el balón llegase tantas veces como era necesario a los dominios del arquero rival. Juanma se convirtió en la referencia del juego, pero las oportunidades finales de Sendoa o Jonan se fueron por el sumidero, el mismo lugar por el que se escapa la tranquilidad alavesista.